Durante décadas ha sido el emblema de mi barrio. Hace cuarenta años ya se presentaba imponente y vacilona. Situada en el centro de su enorme jardinera y rodeada de bancos era parte del nombre de la calle, la jardinera en el centro de una plaza circular y esta en el medio de mi barrio, cuando en aquel entonces las calles aún eran de tierra y la gente salía con la silla y vigilaba a los pequeños, la plaza, era un lugar donde reunirse, los abuelos se contaban cosas de abuelos y los niños compraban chucherías en el kiosko.
Era lo primero que veías al salir o al llegar al barrio.
Cuando alguien preguntaba de dónde eras podías omitir tranquilamente el nombre de “la serreta” que era el nombre que el ayuntamiento le colocó en su día al barrio, bastaba con que dijeses “de la palmera” y todo el mundo sabía de qué hablabas.
El kiosko hace tiempo que cerró y creo que todos los que fuimos parte de ese barrio aún miramos con nostalgia el lugar donde se ubicaba. En su lugar pusieron una cabina telefónica, que estuvo más tiempo reventada que funcionando, cosas de un barrio conflictivo, más tarde colocaron una caseta de la ONCE que jamás fue allanada, esas cosas de los barrios marginales-tolerante-comprensivos.
Y durante todo ese tiempo, Ella estuvo allí, aguantando como una campeona, temporales, fríos, sequías, calores del demonio, la meada de algún perro y a los niños tirándole de la corteza o trepando por ella.
Sin protestar y orgullosa.
Hace mucho que me marché de aquel barrio y de aquella población, sin embargo la imagen y el recuerdo de la palmera, los charcos en el suelo y las piedras, pocos coches y mucha gente, todos esos recuerdos jamás se desprendieron de mí. En veinte años han sido muchas la veces que he vuelto a mi barrio y cada vez que lo he hecho, algo había cambiado, edificios nuevos, la bodeguilla cerrada, nuevos dueños y nuevos clientes en los bares, más coches y menos gente, adiós kiosko, adiós cabina, asfalto en el suelo. Pero Ella continuaba allí viendo como todo cambiaba a su alrededor sin inmutarse por ello.
Hoy he telefoneado a alguien que aún continúa viviendo en el barrio y tras el hola de rigor, los saludos para todos y el cómo estáis, me comunica que hoy precisamente, esta mañana, han talado la palmera.
El picudo rojo, asesino de palmeras, vino hace apenas 15 años de Egipto, escondido entre las decenas de miles de grandes palmeras datileras importadas sin control fitosanitario, destinadas al adorno de las avenidas, urbanizaciones y campos de golf de este país. Se ha ido extendiendo por la zona mediterránea de la península y ha llegado a mi barrio, ha llegado a mi palmera.
El ayuntamiento ha decidido talarla ya que no había otra opción.
Ese bicho acaba de comerse un trozo muy importante de mi infancia, un símbolo de mis raíces, un recuerdo que me unía al mundo.
La palmera ha muerto y con ella morirá el nombre de mi barrio, como ya murieron el kiosko y el barro de los charcos.
Puto bicho.
4 comentarios:
Vaya, Ana, uno se levanta en día vacacional con una sonrisa y la ampliando conforme lee tus recuerdos. Porque también tuvo una infancia y tiene ahora una memoria arraigada, como las raíces de esa palmera, a su memoria. Es necesario regresar a ella, aunque sólo sea por recordar otros tiempos. A medida que iba leyendo esa sonrisa se ha venido apagando como el interior de la palmera a la que haces referencia. Pero te contaré un secreto, a ver si esto te anima. A menudo, cuando recorro la Valencia que no conocí de pequeño (uno no ha vivido siempre aquí, y tiene abuelos de aquí y de allá, y por eso donde va piensa que algo de ese espacio-tiempo le pertenece por herencia cronológica) y veo fotos de lo que fue y no ha seguido, sonrío al pensar que eso que yo, lamentablemente, no conocí por no sé qué edificio, lo vio mi iaio. Esa pequeña tontería sigue provocando una sonrisa...
Algún día podrás contar a tu pequeño historias de esa palmera que estuvo y que permanece en tu recuerdo. Con más motivo debes arraigarte a esa infancia.
Me voy de puente hacia tu tierra y hace tiempo que no coincidimos :(
PD: si veo palmeras por tu pueblo les preguntaré cómo andan de bichitos, y si veo alguna sana procuraré, con cuidado, llevarla hasta el lugar de tus recuerdos.
Gracias Arturo, conozco esa sensación de tu secreto. A la entrada de este pueblo donde vivo ahora hay una casa. No sé quien la hizo, pero sé quien fue el barrenero que voló la roca para hacerle sitio a la casa.
Fue mi bisabuelo.
Nadie vivo podría contarme nada de aquel hombre que murió hace más de cien años.
Nadie.
Si no fuera porque era el barrenero y un tío grande y bruto, que al intentar volar la primera vez la carga y fallar está, le dio una patada al chisme, se fue hacia la roca, se debió acordar de la madre de alguno, apañó el desapaño, volvió atrás y, volvió a probar.
Y la voló.
Esa casa, me recuerda que antes que yo, hubo alguien que se jugó la vida de un modo muy absurdo, pero que ese alguien era mi bisabuelo y si ese día no hubiera sido tan bruto, nadie recordaría la historia.
Y si esto fuera así, nadie me habría contado lo grande que era, lo risueño que era, lo... bruto que llegó a ser.
Esas cosas inmateriales y tontas que nos atan a la vida.
Mil besos, disfruta estos días de relax.
Ayer mismo ví en las noticias que en un pueblo de Alicante estaban tratando de poner solución al problema que ese puto bicho crea en las palmeras. Siento que llegue tarde Ana, consistía en someter a altas temperaturas la palmera con una especie de anillo muy grande, imagino que debe ser hasta demasiado caro para aplicarlo a una palmera solitaria, eterna e inmortal... así es como debe permanecer en tu recuerdo.
si, eterna e inmortal.
gracias.
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