Debería estar fregando los platos en lugar de escribiendo esto, decía mientras escondía el bolígrafo y los papeles debajo de la cama. Se sentaba frente al escritorio cuando se oyó la puerta de la calle, un grito y un golpe acompañando su cierre, hicieron que se levantara aprisa de la silla y recogiera rápidamente todas las cosas que podrían descubrir su pecado.
Se colgó su mejor sonrisa, -la única que tenía- entre dientes y, temerosa bajó discreta la escalera, saludó mientras esperaba la primera palabra aquella que sería el detonante de otro grito.
Los primeros minutos fueron como siempre una falsa muestra de tregua; controlaba por el rabillo del ojo todos sus movimientos, dejaba de hacerlo cuando notaba como su mirada se clavaba sobre ella y esperaba que él dijera que se iba al bar, tal y como solía suceder todas las noches. Era entonces cuando respiraba tranquila unas horas, con un poco de suerte volvería lo suficientemente borracho como para no atinar a pronunciar frases con sentido, como mucho se entendería algún insulto puntual y, atrapado en un esbozo de grito sería tan ridículo que no podría herirla más que mínimamente.
Si no había suerte volvería temprano, intermedio, con el punto exacto para gritar y ser comprensible, con la fuerza precisa para golpear la mesa o el mueble del comedor, para asir cosas y arrojárselas a la cabeza, para acercarse con la mano levantada repitiendo que la iba a matar, mientras ella, que se defendía a gritos también y esquivaba los objetos que volaban, levantaba también su mano y le decía que si tenía intención de pegarle se asegurara de matarla porque si no, no viviría para contarlo.
Nunca lo hizo.
Durante años navegó en aquella vida. Él había dicho tantas veces que no era nadie, tantas veces que no valía para nada, que ella qué presumía de ser tan fuerte vivía presa en el eco de aquellas palabras, y se anuló en el único silencio que podía soportar, el de la omisión.
Mañana dejó de ser importante, lo realmente importante era pasar otro día sin demasiados gritos, malviviendo dentro de la calma. Escribiendo a escondidas y guardando los papeles que si él encontraba, destrozaría sin remedio, porque no podía soportar que ella estuviera por encima de él bajo ningún concepto, ni tan si quiera para escribir sin faltas de ortografía: TE ODIO.
Su gran mérito en la vida fue anularla, ningunearla, humillarla y arrastrar su alma al pozo del desengaño, del miedo y del ostracismo.
Nadie tiene demasiado claro de donde sacó las fuerzas necesarias y el convencimiento para realizarlo, pero una noche como tantas otras, tras uno de aquellos números de golpes, insultos y gritos, a empujones lo llevó hasta la puerta de la calle, hizo que cruzara a patadas el umbral y cerró la puerta tras de él.
(…………..)
Los meses posteriores continuó humillándola, recordándole lo puta e ingrata que era, reprochándole hasta el último detalle. Ella sonreía -con su mejor sonrisa- asía con fuerza su bolígrafo y continuaba escribiendo.
(…………..)
Nunca superó del todo esa sensación de inferioridad.
Sigue defendiéndose de todo aquello que puede sugerir violencia, porque nadie volverá jamás a herirla como entonces.
Aún huye de los afectos gratuitos y no está dispuesta a regalar a cualquiera su amor.
Y sobrevive en un mundo de verdad con su mentira a hombros.
(…………..)
Es más frágil de lo que crees. No seas tú su siguiente maltratador.
2 comentarios:
Lo has plasmado perfecto. Ni sé que decir...
Pues entonces no digas nada, no es necesario :-)
Gracias.
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