¿Quién no se ha mudado alguna vez?
Con el tiempo hasta aprendes a mudarte, bueno, con el tiempo y con la práctica, yo hasta he aprendido a no perder una caja que contenga bragas, una toalla, un par de sábanas y unas zapatillas cómodas, lo demás, ya irá a pareciendo conforme se te vayan cayendo cosas encima. Que serán unas cuantas: la barra de la cortina, un tablero de armario señalado como “A, arriba” o “B, derecha”, el colchón que alguien amparó de cualquier manera contra la pared, la caja de la tostadora que estaba sin catalogar encima de las demás y pensabas que era la del gel de ducha.
Estarás unos días comiendo atún u olivas dependiendo de la que encuentres primero, fregando los platos con champú y sonándote los mocos con las servilletas de trapo porque no encuentras ni las de papel, ni los pañuelos de tela.
También es posible que te pongas el chándal y los tacones para ir a comprar el pan, o ese jersey verde con el pantalón rojo o la falda de lunares que ya decidiste tres mudanzas atrás, no ibas a trasportar más.
Hoy estaba recordando mi primera mudanza. Una cosa sencillita: una maleta, la chupa de cuero y sesenta mil pesetas.
Qué tiempos aquellos en los que te mudabas sin grandes cosas.
Lo que sucede es que conforme pasan los años te vas cargando de trastos: los perros, los niños, los cachivaches de los niños, un espejo nuevo, otro perro, el periquito, más flores en tiestos que la primavera pasada pusiste esquejes… Te llevas las cortinas que tenías puestas y las que habías quitado qué porque estaban nuevas y te dio cosa tirarlas en su día, siguen contigo por si sirven en otras ventanas, el regalo de la suegra por el día de tu cumple, y trescientas cinco cosas más que ni sabes lo que son, ni de donde han salido, pero que deben ser tuyas seguro si en tu casa estaban.
¡Ah las mudanzas!
Yo una vez me mudé de una casa a otra en la misma calle, así que me iba llevando las cosas a ratos y no había acabado de hacer la mudanza a la casa dos, que me fui a vivir a una tercera.
Fue divertidísimo, dos años después aún encontraba artefactos que había dado por perdidos o que ya ni recordaba.
Lo mejor de las mudanzas son los arreglos y los interruptores de las luces, te pasas media vida arreglando cosas: una persiana que se atranca o se descuelga, un grifo que gotea, un desagüe que se atasca, una puerta que roza o no cierra bien, la pintura que cambias porque no te pega, un agujero por aquí y otro por allá para colgar cuadro, estantería, reloj, soporte, lo que sea que haya que colgar, añades un enchufe que te falta para el video, tele, plancha, microondas… y para cuando acabas, te vas… y los interruptores…
He llegado a la conclusión, de que no existe una técnica concreta para colocar un interruptor dentro de una habitación –hablo de distribución y desde el punto objetivo de aquí una electricista con estudios en la materia- según el criterio del electricista y del paleta que hace las regatas, los interruptores se colocan allá donde les sale la punta la poll*, dependiendo de las ganas que tengan de picar y del presupuesto para el cableado.
Posiblemente detrás de una puerta, que era el lugar más cercano, más económico y más sencillo de colocar, aunque a ti –arrendatario iluso- te cueste medio contrato acostumbrarte a no darte de bruces cada vez que intentas localizarlo, para sucederte después lo que aquel con las preguntas y las respuestas, que para cuando conociste las segundas, te cambiaron las primeras.
¿Y el camión? Cada vez más grande, en la última, dos y una furgona.
Toda tu vida, exceptuando los bichos que respiran, metidos en cajitas de cartón y amontonados, traqueteando kilómetros hasta llegar a su nueva casa, cruzando los dedos para que lleguen sanos y salvos, para que no se extravíen, no se rompan; sabiendo que van a estar acumulados unos cuantos días y por el medio, intentando volverte loca.
Luego aparte de tus camisetas y enseres normales de cualquier familia normal, con muebles y vidas normales, con los típicos problemas de traslados de chismes y habituación a la nueva vivienda, cómo en esta casa nos gusta rizar el rizo hasta en el hilo de lo imposible, nos desplazamos por el mundo con dos perros de cuarenta kilos cada uno, esto es: un piso ni de coña, y una biblioteca con más de seis mil volúmenes, esto, además de casa, es GRANDE.
La última vez estuvimos quince días montando estanterías.
Medio camión lleno de libros y estantes, cajas con tornillos, escuadras, una lata de barniz y los reniegos del currante que pregunta que coño hemos metido en esas –más de doscientas- cajas, que pesan tanto.
Y tu dices, así, como quien no sabe de que habla, la biblioteca, y te vas a ver que pasa con tu muebles y si te los están tratando bien, mientras dejas caer que a donde vamos hay escaleras sin ascensor.
¡Ah las mudanzas!
¿Qué sería la vida sin mudanzas? Yo que acumulo cinco en poco más de diez años, temblando estoy de la próxima que prevista está a corto, o medio plazo…
5 comentarios:
Ah las mudanzas, que verdad más grande, sobre todo que gran manera de contarlo. Un abrazo.
Mudanzas. El horror y la gloria. El cambiarse a una nueva etapa y las mil peripecias y desastres que implica. No es grato recordarlas, pero muchas veces son necesarias.
Besos
no en serio, en el fondo me gustan.
:D
Al final te vas a hacer una profesional de tanto cambiarte como los que tenemos nosotros
Para mi las mudanzas son muy estresantes, ahora estoy averiguando por una empresa de mudanzas porque otras veces me he mudado con ayuda de familiares y amigos y realmente fue cansador, por eso esta vez prefiero contratar una empresa que se ocupe de todo y listo. Saludos.
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