viendo House

Creo que a todos nos gustaría ser de vez en cuando, un poco house. Es un borde y un impresentable. Un egocéntrico y un payaso. Un infeliz voluntario. Carece de valores y se regocija con ello. Su madre debe estar orgullosa del deshecho de virtudes en las que se ha convertido su pequeño Gregory.

House no es tan de ficción como parece, existen montones de ellos sueltos por el jodido mundo, claro, no son tan carismáticos nadie los avala, por eso cuando nos tropezamos con ellos, no nos parecen tan divertidos.

Pero es cierto, a todos nos gustaría y repito, que sólo de vez en cuando, ser un poco él.

Tomarnos la vida desde otro punto de vista, ser algo más cabezotas, más infantiles y poder gozar de esa sublime imaginación adosada a la lógica cuando es necesario, y reconocer cuando no ha de serlo. Todos quisiéramos ser el genio que resuelve problemas de la manera más difusa, más inesperada, qué cuando estamos completamente bloqueados alguien dijera, nada, una frase, cuatro o cinco palabras que nos hicieran ver la luz, y llegar y decir: quitad los antibióticos, es cerebral.

Que sería lo mismo que decir, o reconocer, que la hemos cagado, pero que ya sabemos por qué y lo que hay que hacer a continuación.

House es de mentira, y si bien es cierto que especímenes bordes y borrachos de sí mismos andan rondando la puerta día sí, día también, ese pequeño genio, malcarado, testarudo y prepotente, tiene algo que todos quisiéramos.

Algo que va más allá de nosotros mismos, algo que los mortales de a pie no podemos tocar porque se desvanece.