Un día, hace mucho tiempo, una niña de ojos claros dijo que quería aprender a escribir y garabateó sus primeras letras. Lo hizo sobre un lienzo de pergamino, como son todos aquellos lienzos que se rasgan sin apenas mirarlos. Su primera escritura fue un borrón, pero repitió el borrón una y otra vez hasta que por fin se asemejó a una palabra.
Cuando tuvo su primera palabra escrita, le dibujó unos bordes a las letras y los coloreó, y así obtuvo su primera palabra bonita.
Esperó a que la pintura secara y se llevó bajo el brazo, enrollado, su lienzo de palabras.
En los años siguientes, las palabras, los garabatos y los borrones se amontonaron en los estantes del alma. Unas veces ordenados, otras, sin datar. Algunos fueron leídos, otros, olvidados en silencio. Los que dibujaban gritos se quedaron detrás, apenas eran visibles.
Muchos pergaminos se rompieron por el paso del tiempo.
La tinta de algunos se difuminó.
La niña de ojos claros recordaba el día de su primer garabato.
La gran y débil colección de pintadas del alma se desvanecía. Caían las letras de los estantes corroídas del pergamino, y montones de palabras rodeaban sus pies.
¡NO!
Un NO enorme quedó desnudo en el suelo.
Su primera palabra en cualquier versión temporal y la última garabateada.
La niña del cuento de las palabras pintadas, se agachó y recogió su garabato, lo enrolló como pudo y lo metió bajo su brazo. Se quedó sola rodeada de sus pergaminos, de los nuevos y de los viejos, abrió la maleta y metió todas las palabras que conocía, las que se vestían en blanco y negro también, las teñidas de sangre y las absurdas.
En ella alojó también los pergaminos y las letras de otros que por algún motivo se habían quedado en el estante.
Sentada en el patio de la vida se dedicó a separar pergaminos. Los buenos de los malos, los que estaban bien escritos de los que no, los que habían mantenido intactos los colores de los que habían perdido el brillo.
Tras horas de revisar todos los garabatos, observó que tenía una gran montaña de borrones y ninguna ilusión. Que ya no podía garabatear más pergaminos y prendió fuego a su montaña de papeles vacíos.
La niña de ojos claros había puesto todo su empeño en aprender a escribir y después de tanto borrón, garabato y letra bonita, se dio cuenta de que nadie sabía leer.
6 comentarios:
Es precioso..
Gracias guapa :-)
Qué bueno! Gracias Aspid... (ya te enlacé en mi blog)
Gracias a ti Gabriel por llegar hasta mi espacio y leer.
Seas bienvenido.
Ese fue mi eterno sino... ¿de qué sirve escribir si no tienes quien te lea?
Por eso escribo y publico, independientemente de que mi estilo guste o resulte cansino, y que entre quien le apetezca. Yo aquí entro gustosamente, y te miro en esa foto y a pesar de ver unos ojos algo más claros que los míos me alegro que, en cierto modo, no seas tú la chica de los garabatos... Las fallas en Valencia, y allá por el mes de Marzo.
Un beso, Aspid
Magras, mi estimado Magras, no importa que no te lean, lo importante es poder decir que lo escribiste, en papel, en el alma o en la arena de la playa, donde fuera, pero que juntaste pergaminos con palabras y emociones, aunque no las entendieran, aunque no las respetaran o incluso aunque no las vieran.
Lo importante nunca es qué se dice ni a quién va dirigido, lo realmente importante es poder decirlo, y si después de esto se puede compartir, mejor, pero que nunca sea el fin de la tinta.
Ni la del papel, ni la de del alma.
Otro beso desde .el espejo
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