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TENGO UNA AMPLIA COLECCIÓN DE ANÓNIMOS QUE NO SÉ SI VOLVIERON ALGUNA VEZ... Y... ME JODE.
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GRACIAS.
Por cierto, todas las imágenes, exceptuando mi careto que es el que mi madre me dio en su día, han sido sustraídas y robadas del mundo virtual de modo legal, por lo menos eso es lo que afirmaré delante del juez.
Es broma.
Si alguna de ellas tuviera copy raid y casualmente eres el propietario de tal derecho y de la imagen, por ahí abajo está mi correo, me lo dices, te la devuelvo, y tan amigos.

Por otro lado, todos los textos de este blog son míos, si apareciera la pluma de otro, lo haría con su firma. Siempre.
Si te llevas alguno, cita y enlaza, no me importa que compartas, pero que yo no me entere de que te lo has apropiado.
Internet es un pañuelo.


LIVERTAD. Jamás me obligareis a escribirlo con B

16 agosto 2013

SI TUVIERA LA CANELA FLOR



Hay limones en el cuadro y candados colgados de la chimenea. Corcho de fondo, esquineras de madera barnizada y uvas rojas de plástico en la estantería. La vida es difícil, o rara. Tal vez rara y difícil. Todo a la misma vez, quizá, como si la vida fuese un conjunto de cosas mal avenidas entre ellas, la vida, se pone impertinente porque es rara para ella misma y difícil para todo lo demás. Impertinente, llana y simplemente, impertinente.
Marisa apuró el cigarrillo y se levantó para rellenar su vaso de café. Otro café, el tercero de aquella mañana. Se había roto el micro ondas y lo calentó en un cazo Magefesa. El PC hizo un ruido, una especie de mueca sonora si tal cosa existe, un nuevo mensaje en la bandeja de entrada esperaba ser abierto. Leído. Contestado.
Esperaba. -Qué espere- pensó. Los pingüinos del ascensor de Olga también esperan a que Mari Marisa Mari tenga un buen día y sobreviven a pesar de ello.
No le preocupan demasiado esos bichos y por eso aún esperan, supone que son blancos y negros, más negros que blancos por estadística, pero vete a saber de qué color quiso darles el cielo el manto que los viste. Nunca los vio, es más, ni siquiera tuvo el detalle de preguntarle a Olga si tenían nombre, o cuantos eran, o son, en el caso de que sigan vivos, no lo sabe. No le importa. Allí siguen, continúan esperando. Supongo, yo tampoco pregunté qué hacen allí. Tampoco me importa demasiado.
Otro tic en el ordenador. El salvapantallas suelta burbujas de colores imposibles, chocan entre ellas y explotan, no salpican, salvándose así el computador de ser electrocutado por él mismo. Marisa recuerda las pompas de jabón de Vicen. Y el café de la mañana. No el de esta mañana, si no el de aquella otra donde el café cargado y los sueños volátiles como las pompas se rompían a mordiscos el alma. Guerra de titanes. Flacos y cojos. Así quedaron los perros que abandonaron cuando aún eran niños.
Y después de aquello, la vida continuó. Tan rara y tan difícil como quisieron hacerla. Por eso el ordenador insiste en su patético sonido de alerta discreto, poco amenazante, porque de algún modo sabe que no debe alzar la voz. Y también por eso, Marisa, no le presta demasiada atención al crujido, porque prefiere que espere, por si por un casual, entre café y café burbuja y cieno, el texto o el remitente cambia de parecer o de identidad.
Entre los sonidos habituales de la estancia, el crepitar de las llamas incluido, un espacio reservado para el silencio se mantiene firme en su condición de terrateniente. Un segundo cada trescientos ochenta y cuatro, esto es, cada casi siete minutos, un segundo de silencio absoluto y Marisa, espera ese segundo los trescientos ochenta y tres anteriores, hasta que por tercera vez consecutiva, el mensaje que aguarda ser leído, a través del chivato sonoro, rompe la monotonía y el encanto de la espera.
Tirurirurirurí, tipográficamente es la representación más parecida al pitido del móvil de Marisa cuando le llega un mensaje –gana 1-2 el Atleti- hay gente que nunca cambia para mal de muchos. Alex, el de Madrid, es uno de ellos. Menos difícil que la vida pero más raro que un perro verde. Otro pitido de esos y Marisa se desplaza quinientos kilómetros para hacerle comer el teléfono primero, y partirle la crisma después aprovechando el viaje.
Pero sin acritud, con la serenidad que le concede la distancia temporal de haberse asqueado lo suficiente de semejante mamarracho.
¿Titilan los sonidos?  ¿Sinestesia o la oportunidad de vivir ajena a las rarezas de los cafés cargados y los mensajes imprudentes? Mientras, el e-mail continúa llamando la atención de manera discontinua con un aglutinado ruidillo que se pega al orificio del tímpano, manteniendo la timidez, pero convirtiéndose en una aburrida y machacante costumbre.
Espera a ser abierto. Cruje a la espera. Repite el ritual sonoro, ronco del esfuerzo sin amilanarse. Mientras, al otro lado, alguien anhela una respuesta.
Marisa se acerca al ordenador. Internet se ha caído. Las promesas de 20 megas son solo eso, promesas perdidas en un oscuro vacío binario, el intento de abrir el mensaje de la bandeja de entrada se convierte en un  error  404 con su page Not Found, tan grande como una de esas catedrales en las que Marisa Mari no compraría una misa jamás. Enciende otro cigarro, murmura entre dientes, golpea el teclado como si él tuviera la culpa.  Reinicia. Ya no escucha el aviso del mensaje, que ha sido sustituido por el agresivo silbido del ventilador y los pitidos, gemidos como absurda comparación, de los programas que quedaron colgados al cerrarse bruscamente.
En la pantalla aparece el escritorio de Windows, demasiado azul y demasiado verde. La carpeta de fotos está más vacía que la de descargas. La de descargas recoge los rostros de sus amistades cibernéticas. Sus amistades, están Not Found. Marisa activa su sistema límbico de manera inconsciente, toma aire y se sienta frente al ordenador.
El mensaje de Rafa está durmiendo en alguna parte del sistema informático a merced de cualquier troyano suelto, indefenso, porque no existe Avast que pueda protegerlo más allá de las fronteras WLAND cifradas. Mari Marisa traga saliva, de  repente siente la necesidad de saber cuántos pingüinos graznaban en el ascensor de Olga, de volver al momento anterior al de la guerra y firmar una amnistía total perdurable a través del tiempo, de regresar a Madrid, pasionalmente incontrolada, y meterle a Alex sus resultados futbolísticos por el culo. Por canalla y por imbécil.
Más por lo segundo que por lo primero.
La conexión continúa siendo un fraude de la compañía de turno habitual. La misma que dejó sin cobertura el 686 de Marisa y tantos otros en la zona. Posiblemente, que caigan chuzos de punta en la calle tenga mucho que ver. No importa. Lo importante es qué Mari Marisa Mari, está plantada frente a una pantalla que condensa su vida en bytes y le devuelve silencio. Un silencio raro y difícil que consigue que los limones del cuadro maduren demasiado y caigan frente a la chimenea.
Por fin, la compañía restaura el servicio y el ordenador de Marisa reanuda su hosco pitido, el mensaje de la bandeja aparece en verde, Rafa, encapsulado en un sobre imaginario  sobrevivió a los tiempos tenebrosos de la inopia y ahora, como antes, espera que lo abra. Que lo lea. Que conteste.
Pero Marisa ha decidido quitarse el pijama de rayas y bajar a la calle ahora que no llueve, mirar escaparates, sentarse en uno de esos bancos mojados del parque  y ver a los niños romperse las narices en los columpios resbaladizos, estornudar,  porque fuera es primavera y ella alérgica a los gatos, y la bandeja de entrada, que espere. Que espere con su publicidad, sus correos basura y no deseados que continúan sorteando con éxito las barreras firewall, las misivas de Facebook, y toda la vida virtual al completo, con sus Nicks y con sus Password, ídolos y avatares incluidos y borrachos de esperanza que subestiman el poder de una desconexión libre y casual.
Y mientras Mari Marisa pasea por las calles de su ciudad y saluda a la gente, Rafa, sube al avión.
Y el mensaje de la bandeja de entrada continúa esperando mientras titila.
            -He de decidir entre irme a trabajar a América o quedar contigo. Conocernos lejos de esta vida virtual y tener una vida propia, quizá común, de esas que llevan implícitos los abrazos bajo las sábanas, pero si no me contestas, lo entenderé.
Y Rafa cree entenderlo cuando la azafata recuerda al pasaje que los móviles, deben estar apagados, y le echa una última mirada a la fría y silenciosa pantalla de su BlackBerry antes de hacerlo, y despegar.






6 comentarios:

Mari Carmen Azkona dijo...

¡Qué bueno! Cómo me ha gustado adentrarme en la mente de Mari Marisa, que bien podría ser la de cualquiera de nosotros. Yo hace tiempo he dejado de buscar calificativos para la vida, nunca encuentro ninguno adecuado :-)

He disfrutado mucho leyéndote, aunque me marcho con pena por el pobre Rafa. Que putada que incluso Internet tenga la clave de nuestro destino.

Besos y abrazos.

Nanny Ogg (Dolo Espinosa) dijo...

Inmenso... en serio. Inmenso. Cada día escribes mejor y cada día me gusta más como escribes. Aún no tengo decidido si debe darme pena este desencuentro o no pero me ha encantado cómo lo has contado :)

Besos

EseQueVdSabe dijo...

Vaya. Mucho tiempo sin mover el blog, liVertaria. Y este humilde pseudo-troll sin pasarse, también. Lo uno por lo otro.

No obstante y como ya sabes que en lo literario no entro, si diré que los móviles en general y las Blackberry en particular son claramente instrumentos de El Maligno para complicarnos la vida.

Por contraste, mira que bien se lo pasa esta gente en este video. Muy preferible a una conversación en el atasco, creo yo.

Saludocordios.

aspid dijo...

:D

gracias a los tres, :D
muchas gracias también por el vídeo.

pongo en tu conocimiento, que a finales de noviembre ando por los madriles :P
que tengo en marcha un proyecto que te va a gustar y que de los dos mails que sobre ti refieren e instan en mi poder, no sabría decir cual es el bueno.

mensaje en botella pues, y a la espera de que sea recibido.

abrazucos a traición.

aspid dijo...

oído cocina.
asias.

aspid dijo...

eso último ha quedado raro, raro, raro...


Esto no tiene título es simplemente lo que hay. Estoy remontando el vuelo y existen días mejores y otros más hijos de puta, pero no me he rendido y no voy a hacerlo tampoco, principalmente por que no me da la gana y por que aún me queda sangre.
A partir de aquí y por este motivo se puede leer cualquier cosa, algo que también me la suda bastante, es mi blog y es el espejo, es tan simple como reflejarse o no, si te quedas o te vas no es culpa mía, ni tuya, quizá nos parezcamos más de culo que de frente, en todo caso la puerta no tiene llave, no cierres al entrar y no des un portazo al marcharte.

licencia

Todo lo que hay en mi casa es propiedad mía, los textos sin firmar son de mi puño y letra, las obras firmadas pertenecen a sus autores y así constará en todo caso, todas las poesías de “el silencio del espejo” me pertenecen a mí.
Recuerdalo.
Un abrazo y muchas gracias por tu visita.
ah! la licencia real, anda por ahí abajo, es que la informática y yo no nos ponemos de acuerdo prácticamente en nada y esta vez, se ha empecinado en no querer subirme la imagen hasta aqui.
Ella misma, no pienso olvidarme de esto...
En fin...
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