No sé si os he contado alguna vez un pequeño encontronazo que tuvieron un móvil mío que antaño poseí y una cacerola llena de sopa. En todo caso era una de esas historias que se olvidan prontamente. Creo. Dejad de reíros.
El móvil en cuestión, que por cierto ya pasó a mejor vida, se llamaba motorolin y contra todo pronostico, no pereció ni en aquella disputa por los fideos, ni por las consecuencias del chapuzón caliente, si quiera tuvo lesiones graves cuando lo metí en el microondas, no, su final fue otro.
Era un móvil autodidacta y arriesgado, le gustaban los saltos libres, decidir por sí mismo dónde y cuando realizarlos, practicar puenting sobre las ollas aún a riesgo de caerse dentro… aquella vez, yo conseguí darle un par de golpes al aire antes, porque presentía que Murphy andaba cerca, pero aún así, él, grosero hasta límites insospechados, consiguió escaparse de mis manos para sumergirse y darse un chapuzón, que era lo que él quería.
Era sabio, sabía que no moriría allí, valiente, lo primero que dijo cuando despertó fue BIP. BIP.
Eso él, yo lo que dije fue: ¡coño! Nomelopuedodecreé.
En su última aventura quiso deslizarse de mi bolsillo y correr libre por el campo.
Idiota, Murphy no descansa jamás.
Eso hizo, bajó de mi chaqueta de chándal, y cayó, teclado para abajo en una pequeña oquedad del terreno. Vivíamos entonces en tierras de secano, las llaman así porque apenas llueve y cuando lo hace dan ganas de cagar y él, lo sabía.
Pero no contaba con que yo pudiera despistarme y no darme cuenta de su desaparición, como tampoco contó con que aquella noche pudieran caer chuzos de punta y que los 150 litros que teníamos reservados para todo el año, cayeran en media hora.
No, no me percaté.
Lo primero que se me oyó decir por la mañana al ir a buscar leña –aparte de coño hay caracoles- fue algo así como ¿eso que es? Me fui acercando lentamente entre, resbalón y patinazo, para verlo allí, en el suelo, mojaito mojaito, mojaito…
La perra se acercó a saludarme.
52 kilos de perra que pusieron su linda patita blanca sobre motorolin.
Creo que… gimió.
La perra ladró.
Yo dije, ¡no pué ser!
Me agaché, la perra me lamió los morros, aparta dije, lo cogí, la perra me hizo un cariñito y con él, plantó mi culo sobre un charco, motorolin se escapó de nuevo de mis manos, la perra no sé que demonios debió pensar que era cuando lo vio volar de nuevo, salió corriendo tras él, lo pilló al aire de un bocado –recordemos que era un san bernardo, motorolin parecía un pistacho- lo ensambló entre sus muelas y se metió en la caseta.
Rubi, dame mi móvil, ¡por favor no te lo comas!
Y ella movía el rabo.
Ahora que lo pienso: suplicar delante de la caseta de un perro, a las nueve de la mañana, sobre el lodo y sin peinar, tiene que ser una de las postales más ridículas que he protagonizado en esta vida.
Me saltaré los detalles: conseguí arrancar a motorolin de las mandíbulas de mi perra, por aquí una batería, por allí un número tres, luego un circuito impreso, la tarjeta, algo parecido a una antena, incluso un pedazo de su carcasa azul, el resto…no sé donde fue a parar.
Prefiero ignorarlo.
Ese y no otro, fue el final de aquel bizarro y arrogante teléfono, de aquel que quiso ser libre hasta sus últimas consecuencias, que luchó hasta el final por volar, creyendo en sus sueños.
Yo, yo lo admiro.
Hoy he tenido este pequeño detalle para con él, lo he recordado esta mañana cuando he visto un primo suyo. Se llama inalámbrico.
Ahora mismo inalámbrico, está durmiendo en un plato rodeado de arroz la cigala, ese que no se pasa, pero crudo aún.
No, no va a irse de paella como un calamar cualquiera, está reposando, lo he dejado yo allí, he sacado sus pilas recargables, lo he sacudido con fuerza, lo he observado varias veces con ternura, me he dado cuenta de que le ha entrado arroz dentro por algún cochino agujero, lo he vuelto a colocar en el plato.
Estamos esperando.
¿Por qué está inalámbrico dentro de un plato de arroz? Buena pregunta.
Yo no sé que se piensan estos chismes que es “liberar la telefonía”, alguien debería explicarles que saltar dentro de los recipientes que contienen líquidos, desde luego, no es.
Si, este también a querido aprender a volar, solo que este, ha aterrizado esta mañana dentro de mi taza de café con leche. Que ya es puntería, joder.
Suerte que esta vez, no se oyen las risas desde Mallorca.
5 comentarios:
todos tus moviles han tenido siempre una vida tan llena?
por cierto... aun no entiendo que tiene que ver que inalámbrico haga paracaidismo dentro de un café con leche, con que lo tengas ahora dentro de un plato de arroz... igual hoy estoy obtusa...
Y pensar que lo más excitante que hace el mío es ponerse ropa de camuflaje y desaparecer en la mesa del comedor o donde lo haya dejado...
JAJJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAAAJJJAAAAAA
Desde Mallorca no sé, pero yo en Madrid estoy llorando de la risaaaa, jajajajajaajaja.
Un beso.
Bravissimo, aspid, un cuento que no te permite dejar de reír.
respondiendo a todos:
kash, mis móviles son así de librepensadores, si, todos han tenido vidas llenas y finales trágicos.
en casa hacen hasta porras sobre cuanto me durará el siguiente :s
el arroz es para absorber la humedad, a día de hoy inalámbrico, vive.
mel, yo me paso media vida diciendo: que alguien me llame al móvil que no lo encuentro. :S
xan, dije que no rierais... perdí la primera parte :S
paquito, ojalá fuera un cuento... la realidad supera la ficción :S:S:S:
besos.
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