Apenas le ha mirado a los ojos, quizá un sólo instante cuando, en cuclillas, se ha acercado a darle un par de magdalenas.
Antes de eso había pasado por su lado, una, dos, tres veces, viéndolo de reojo e ignorándolo, no por ninguna razón en especial, si no porque la imagen de alguien pidiendo delante de la puerta del supermercado se está convirtiendo en una pequeña costumbre, que incomoda.
Y no incomoda tanto porque alguien se acerca a pedir, si no más bien incomoda porque somos así. Brutos e inhumanos.
Carentes de decencia con nosotros mismos, incapaces de enfrentarnos al dolor ajeno y solidarizarnos con él.
Dos magdalenas.
Dos ridículas magdalenas, iba repitiéndose en el trayecto a casa.
Él la miró a lo ojos, y dijo gracias, ella volvió a sacar otra ridícula magdalena del enorme bolsillo de su chaqueta azul, y él, delgado y aterido por el frío, agachado en una esquina, aumentó su gratitud con un “muchas gracias”.
Dos palabras dichas con tanta sinceridad que la aplastaron allí mismo.
Había descargado su compra en el maletero cuando creyó necesario abrir ese paquete de magdalenas y ofrecerle dos para que comiera algo mientras pedía. Ni tan siquiera había mirado que ponía en su cartón de pedigüeño, sólo hacía frío, mucho frío y pensó que un par de magdalenas le sentarían bien, así que abrió la bolsa, acercó el carro de la compra, se metió el euro en el bolsillo, y se agachó enfrente de él.
Toma, fue todo lo que dijo.
Ella se sorprendió cuando las magdalenas fueron a parar dentro de su chaqueta, de la de él.
Lo agradeció (dos veces, una por cada magdalena) y las guardó.
Las guardó.
Ella se levantó y se fue hacia su coche.
¿porqué las ha guardado? Se preguntaba, no has leído el jodido cartón. Si hubieras leído el cartón quizá ahora tendrías una respuesta, igual ponía algo así como que tenía tres niños, y por eso las ha guardado, y si tiene tres niños, te has dejado uno sin magdalena, imbécil.
Y si tiene tres niños, tía cojones, ya le podrías haber acercado también un litro de leche, incluso dos, que no te hubieras muerto por ello,que ese hombre no mentía, lo has visto en sus ojos. Un nanosegundo te ha costado verlo, un nanosegundo que es todo lo que te has atrevido a mirarlo.
Mañana, debería coger mi coche, comerme los veinte kilómetros que me separan de ese supermercado, acercarme a ese hombre, leer ese cartón y hacer las cosas como se deben hacer, y no como me parecen, porque las limosnas míseras, son simplemente eso, míseras, por encima de todo lo demás.
Dos ridículas magdalenas, la madre que me parió.
3 comentarios:
Somos así y peor, y tenemos vergüenza y miedo y nos ponemos excusas y nos mentimos a nosotros mismos (pero en el fondo no nos engañamos) y somos tan malos que hasta hay quien tiene su "oficio" en pedir y queremos que todo el que pida nos esté defraudando para descargar en él nuestra miseria al desconfiar de su necesidad.
Unos se merecen dos magdalenas, otros dos galletas. Ya me entiendes.
Un abrazo muy fuerte.
Pues yo creo que igual nadie le ha dado nada más que esas dos magdalenas.
Así que esa persona es la mejor que ha visto hoy.
Todo depende de como se mire...
gracias a ambos.
Publicar un comentario