Acompañado del sonido del silencio.
En la plaza del pueblo se amontonan las almas,
se saludan, conversan y se ignoran.
Ya no se miran a los ojos,
se destruyen unos a otros
con equidistante paralelismo.
Los días de lluvia se esconden
bajo el paraguas,
van disfrazados de persona
escudriñando entre el ropaje
de la existencia.
Permutan por contratos
la última voluntad del vengador.
El ganado dormita en el corral.
En la plaza gobierna
otro albedrío. Libre,
pestilente, irresoluto.
La cuna del capricho, del antojo.
El ganado, aún duerme en el redil.
En esta triste plaza,
soy la observadora anónima
que se refugia en la impotencia,
porque sé que el rebaño,
cuando reacciona la mordisco del perro,
es para huir.
Cae el imperio de la Humanidad
y comienza en la plaza de mi pueblo.
¡Hay que joderse!
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