Aquella noche él le preparó un plato de setas venenosas aliñadas con ajo y perejil.
Sonreía plácidamente mientras le servía el rico veneno humeante. Después se sentó en el sofá esperando el efecto y el momento de placer que le produciría verla vomitar y retorcerse.
Ella, ingirió complacida la ponzoña que escondida en aquel plato se presentaba como un delicioso manjar.
Pasaron las horas y ningún efecto era visible. Él, comenzó a desesperarse.
Ella se levantó de la cama después de dormir plácidamente toda la noche y con su habitual y pérfido encanto le espetó:
-Cariño ves a dormir anda y, mañana, intenta pegarme un tiro.
Si pensabas que un veneno iba a matarme después de toda una vida contigo, es que aún no sabes quien soy.
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