Es un trepa, un jodido trepa.
La primera vez que lo vi con esa imagen sencilla y aparentemente dulzona, con ese nombre agradable, ese prototipo de bicho maravilloso, con esos amigos fantásticos que lo aman y lo acompañan en todas sus aventuras y desventuras, esas metáforas sobre la vida, el amor, el compañerismo, esos colores en los decorados, ese saber estar y hacer…casi me emocionó. Imbécil que soy.
Adorable es uno de los muchos sinónimos que los empalagosos le añaden a su imagen, como si no tuviera poco con el aspecto acaramelado que presenta, simpático, juguetón, cordial…
Peluches, juegos de cama, toallas, juguetes, pantalones, camisetas y calcetines, tartas de cumpleaños, tazas y cubiertos, libros, libretas, muebles, pósters, globos, láminas para colorear en la web, juegos para tu pc… suma y sigue.
El jodido trepa, el millonario oso de la Disney está vendiendo su imagen, su santa imagen, como si la de la gallina, o mejor aún, como si del huevo de esta, se tratara.
Idílico, políticamente algo más que correcto, trazado con líneas suaves y colores no agresivos, preparado todo él para ser una fuente de caudal inagotable.
Y allí está, tras cualquier escaparate, en no importa que tienda ni lo que vendan en ella, mirándote, con ojos de cristal, que apenas los miras dos veces parecen cobrar vida solamente para decirte que está ahí, que existe, y que como te descuides, saltará a tu bolso y se irá contigo a casa.
Quieras o no.
Es un fenómeno social. Un fenómeno económico adornado de dulzura y de buenos sentimientos.
Con su vocabulario maravilloso, su traducción perfecta y su gran arca, que no su jarra de miel, en la espalda.
Odio a ese oso, aunque la traducción de su nombre sea winnie el caca.
El puto oso panoli, vende.
Vende la ridiculez en un estado de memez continuo, los niños se abotargan viendo y conviviendo con las gachas que escupe el orlado plantígrado, y la sociedad se emperra en cambiar la educación real por sucedáneos de imágenes tiernas, plasmadas en un dibujo fachoso que sonríe continuamente, viviendo en un mundo rosa donde no existe ningún tipo de problema y donde todo es tan perfecto, que yo misma, desusada en el noble arte de la diplomacia y la estrategia social, licenciada en la filosofía de que “al toro hay que cogerlo por los cuernos, porque los tiene”, me ahogo primero y me vomito después, en mi propia ironía.
Desde la plataforma pro-sihn chan y la realidad latente de la infancia incisiva, los culos al aire y la pasmosa condición de ser un niño divertido que dice, para regocijo de los padres rebeldes, mirienda, se queda tan pancho y recibe un capón por ultra héroe impresentable cada vez que sonroja a su madre.
Como la puta vida misma.
La primera vez que lo vi con esa imagen sencilla y aparentemente dulzona, con ese nombre agradable, ese prototipo de bicho maravilloso, con esos amigos fantásticos que lo aman y lo acompañan en todas sus aventuras y desventuras, esas metáforas sobre la vida, el amor, el compañerismo, esos colores en los decorados, ese saber estar y hacer…casi me emocionó. Imbécil que soy.
Adorable es uno de los muchos sinónimos que los empalagosos le añaden a su imagen, como si no tuviera poco con el aspecto acaramelado que presenta, simpático, juguetón, cordial…
Peluches, juegos de cama, toallas, juguetes, pantalones, camisetas y calcetines, tartas de cumpleaños, tazas y cubiertos, libros, libretas, muebles, pósters, globos, láminas para colorear en la web, juegos para tu pc… suma y sigue.
El jodido trepa, el millonario oso de la Disney está vendiendo su imagen, su santa imagen, como si la de la gallina, o mejor aún, como si del huevo de esta, se tratara.
Idílico, políticamente algo más que correcto, trazado con líneas suaves y colores no agresivos, preparado todo él para ser una fuente de caudal inagotable.
Y allí está, tras cualquier escaparate, en no importa que tienda ni lo que vendan en ella, mirándote, con ojos de cristal, que apenas los miras dos veces parecen cobrar vida solamente para decirte que está ahí, que existe, y que como te descuides, saltará a tu bolso y se irá contigo a casa.
Quieras o no.
Es un fenómeno social. Un fenómeno económico adornado de dulzura y de buenos sentimientos.
Con su vocabulario maravilloso, su traducción perfecta y su gran arca, que no su jarra de miel, en la espalda.
Odio a ese oso, aunque la traducción de su nombre sea winnie el caca.
El puto oso panoli, vende.
Vende la ridiculez en un estado de memez continuo, los niños se abotargan viendo y conviviendo con las gachas que escupe el orlado plantígrado, y la sociedad se emperra en cambiar la educación real por sucedáneos de imágenes tiernas, plasmadas en un dibujo fachoso que sonríe continuamente, viviendo en un mundo rosa donde no existe ningún tipo de problema y donde todo es tan perfecto, que yo misma, desusada en el noble arte de la diplomacia y la estrategia social, licenciada en la filosofía de que “al toro hay que cogerlo por los cuernos, porque los tiene”, me ahogo primero y me vomito después, en mi propia ironía.
Desde la plataforma pro-sihn chan y la realidad latente de la infancia incisiva, los culos al aire y la pasmosa condición de ser un niño divertido que dice, para regocijo de los padres rebeldes, mirienda, se queda tan pancho y recibe un capón por ultra héroe impresentable cada vez que sonroja a su madre.
Como la puta vida misma.
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