tierra y piedras

La diferencia mayor entre cuando estoy dolida o estoy enfadada es, que cuando estoy lo último, tarde o temprano, se me pasa.
Ahora estoy lo primero, dolida.
Humillada.
Ninguneada.
Decepcionada.
Y con un largo repertorio sinónimo, de una infinidad de terminaciones ada.

No serás tú, yo seré quien se aleje.
No me dañarás.
No escribiré tendida en el alma,
no existen palabras,
no creo en verdad.

Ayer vi un documental sobre como se creó el gran cañón del colorado, cómo millones de años, varias glaciaciones, el aire, choques de las placas tectónicas… habían creado kilómetros y kilómetros de tierra y roca, en apariencia, distinta a otros lugares del mundo creados a la misma vez.
Digo en apariencia porque para mí, tanto la tierra como la roca son siempre lo mismo, no soy geóloga, desconozco las cualidades de los estratos y aún siendo consciente de la variedad de estos, para mí, todas las piedras son iguales y toda la tierra también.

Las personas somos tierra y piedra. Como el gran cañón.
Y en apariencia somos lo mismo.

Yo hoy soy una de las rocas del gran cañón y pervivo a la intemperie, alzándome brava y rígida, mientras, la tierra se mueve bajo mis pies y amenaza con dejarme caer.
Yo era feliz siendo esa roca, aquella que había soportado las glaciaciones, aquella que el aire había moldeado hasta dejarla con su forma final, aquella que nació de un choque de placas hace millones de años.
Pero ya no.
Ahora sólo soy una puta piedra más en un lugar inhóspito. Tan vulgar como todas las demás y tan proclive a caer como todas ellas.

Es complicado explicar que las cosas dejan de tener sentido en instantes, porque precisamente en instantes lo cobran todo. Y de repente estás al principio o al final de algo, sin nada en las manos y con el alma rota.

Igual que entonces.

Y vuelves a sentir, y a saber, y recuerdas, y sabes que no sirve de nada, porque nada va a cambiar. Porque el dolor no va a desaparecer. Porque se repetirá.

Porque estoy dolida y porque soy de tierra y piedra.