Tengo treinta y siete años y llevo cuarenta en crisis. Sí, cuarenta, ni me he descontado, ni exagero.
Nací en una familia de clase baja, me crié en un barrio sin asfalto y sillas en la calle, en un pueblo catalán repleto de personas con deje andaluz y alegría en las palmas de las manos, para cantar y para soltarte un bofetón si te lo merecías.
De chica no estrenaba ropa, me vestían con la que a mis primos se les quedaba corta, apurábamos hasta la última peseta cuando el dinero era dinero, y comíamos lo que había, no porquerías que te vaciaban el bolsillo y no te llenaban la tripa.
Reciclábamos los muebles y los cascos de cerveza, los de Fanta y también llamábamos de tú, al trapero del barrio.
Tango una habilidad absoluta para coger kilos de caracoles, un olfato exquisito a la hora de encontrar gangas y rebajas, y me conozco todos los sitios donde los ahorros son interesantes, sigo reciclando la ropa, y me gusta comprar en las tiendas de segunda mano.
Y sobre esto último quería yo hablar.
Joder con la puta crisis.
Hace tan sólo unos meses podías pasear tranquilamente por el Troc, el Remar, o el centro Betel, sin ningún tipo de problema; llegabas, aparcabas y rebuscabas entre las cosas que otros habían dejado en desuso.
La gente te miraba mal o de soslayo, cuando decías que la ropa era de Cáritas, o que el baúl ese tan guapo lo habías recogido de al lado de un contenedor.
Iros todos a la mierda, ellos.
Esa misma gente es la que ahora te encuentras en los parking de los sitios mentados, los que rebuscan sin saber muy bien que hacen, los que te aumentan las colas y te preguntan si pueden pagar con Visa.
Gilipollas, paga en metálico y en B, que te saldrá más barato.
Ah, no sé, respondes. Corporativismo poco, que aprendan, que hace no tanto yo era un puto parásito y ellos lo único que sabían hacer era bajarse música por Internet de modo ilegal.
Yo también, claro, pero lo mío es un modo de vida, como lo es echarle por costumbre, y ni que llegue ni que no, una moneda al músico que tiene la gorra en el suelo.
Yo también pasé la gorra en su día.
Estoy harta de la nueva generación crisis, de que no sepan moverse por ella, de que vengan como si fuéramos colegas de toda la vida. ¿Tengo yo la culpa de que compraran pisos a precios imposibles? ¿Qué se lo gastaran todo en vacaciones? ¿En el Burguer? ¿En ropa de marca? Me da que no.
Pero lo que más me jode es no poder aparcar a la primera y que me traten de tú a tú en la cola porque toca así, que circulen por mi espacio y además, me sigan mirando de soslayo.
Si no te gusta, lárgate, con tu Visa y tu puta crisis a remendarle las rodilleras al pantalón, ¿qué pasa? ¿Ya no puedes ir al salón de belleza a hacerte las piernas? Pues córtale tú el pelo a los niños, que es lo que he hecho yo siempre, te digo más, hasta el mío me lo corto yo.
Burro trasquilao a los quince días emparejao.
Tócame los huevos.
No, no me gusta la nueva generación crisis, porque entre otras cosas, se la han buscado ellos, con su modo de vida capitalista y su prepotencia, con su seguir la corriente vaya donde vaya, con su dar por culo ahora con la cabeza muy alta.
Me gustaba más cuando era un puto parásito que se buscaba la vida reciclando y no tenía que hacer colas con ricos venidos a menos.
Clasismo. La puta crisis sirve para que los que tenemos galardones hayamos de movernos más aprisa. Para que la competencia no sea simplemente el Chuqui, colega de toda la vida y padre de familia, y haya que lidiar con Borjamaris que nunca le dieron un palo al agua en el mar del reciclado.
Me toca los cojones qué quieres que te diga, si yo no metí mis sucias manos en sus platos de langosta pagada con un crédito hipotecario, que se metan ellos ahora las suyas en el culo, a poder ser, en el suyo también.
Detesto llegar a mis lugares habituales de compra y encontrarme con aquellos que jamás pidieron una beca escolar porque no la necesitaban, que compraban ropita de marca porque podían, que tenían chacha para fregarles los platos que solía llamarse como yo, y que vienen a mis dominios en plan aventura y al encontrarme intentan esconderse tras un sofá tres plazas, forrado en pana, que marca 90 euros.
La única ventaja de la puta crisis esta que están sufriendo ellos –la mía es cuarentona- es que yo sí que le estoy sacando partido.
Y es que cuarenta años de crisis, crean escuela.
Qué se jodan.
2 comentarios:
Muy bueno bastet, jejejeje. La verdad es que me siento bastante identificado contigo, supongo que a los que hemos vivido sin ese consumismo exacerbado que ahora prima por doquier, pues la crisis nos afecta menos.
Un besito
hola oscuro ¿ya acabaste las vacaciones? :-P
pues sí, hijo sí, demasiado consumismo y demasiados aires para acabar comprando en el troc.
aunque ya te digo, a mí, no me está yendo tal mal la caza con todo lo que se están vendiendo.
jijijijijiji.
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