“Porque a los unicornios no les importa si tu crees en ellos, más de lo que a ti te importa que ellos, crean en ti.”
Leí esa frase en una carta de Magig. No soy una experta en ese juego de cartas, pero tampoco lo soy en el juego de la vida y de momento no pierdo tantas manos. La hice mía, porque, por un instante, dudé si la frase era un reflejo de un mismo espejo.
Y dudé también de quien era yo dentro de esa frase, claro está, que para dejar de dudar, decidí ser el unicornio, que es, como más sofisticado y romántico.
La diferencia que existe entre un unicornio y yo, es que ellos viven en un mundo que jamás será destruido, que serán inmortales y permanecerán etéreos hasta el fin de los tiempos.
La fantasía, es una cualidad que tenemos tendencia a perder.
¿Nunca viste un unicornio? ¿Si quiera por un nanosegundo? Yo vi gnomos en el bosque y hadas entre los árboles del río, y, ni yo puedo demostrar lo que vi, ni tu aclarar lo contrario.
Ítaca y Galahad, viven entre los unicornios.
Ítaca y Galahad son -los otros- dos hijos que nunca tendré desde este lado del espejo.
Son los No Nacidos de mi realidad. Los que mi corazón desea y mi mente acalla.
Hay veces, que mi chico y yo desafiamos las leyes y nos dejamos arrastrar por el corazón. Sin hacer demasiadas preguntas y sin pensar demasiado, somos lo suficientemente adultos y responsables como para saber qué se puede hacer y qué no, y sobre todo, qué es lo más adecuado y conveniente.
Pero a veces, durante un par de días, surgen las dudas, y parece que alguno de los dos se ha escapado de entre los unicornios y ha llegado a nuestro mundo instalándose en mis entrañas.
Sólo durante un par de días.
Dos días en los cuales el alma se me hace un puño y la mente me acribilla con futuro, dos días en los cuales el corazón se me hincha y me late apresurado.
A Ítaca y Galahad no les importa si yo creo en ellos, sin embargo yo sí quisiera que ellos creyeran en mí.
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