Cuando era pequeña quería, como presupongo la gran mayoría de las niñas, crecer y ser una princesa. Ubico esta imagen en esa pequeña franja temporal donde la realidad y la ficción se entremezclan, en esa etapa inocente donde todo puede ser realidad con tan sólo desearlo.
Luego, con el paso del tiempo te das cuenta de que la realidad y la ficción no se llevan demasiado bien, que son como dos hermanas mal avenidas, incapaces de mantenerse en la misma sala sin sacarse los ojos la una a la otra. Entonces, o creces, o te quedas esperando ser una princesa.
Pero el tiempo sigue pasando y vas creciendo y allí ni hay princesa, ni ranas encantadas, ni defensores guapos, ni nada que se parezca, ni por asomo siquiera, al príncipe que debía rescatarte.
Y así van pasando los días, y los años, y poco a poco aquello se va olvidando, ya no aspiras ser una princesa, no porque ya no quieras, si no porque se va difuminando la imagen ficticia y te quedas anclada en la realidad.
Yo nunca fui una princesa, perdí las trenzas y la inocencia en algún lugar del pasado que no consigo recordar, y, sé que no lo fui, porque no lo era mientras lo deseaba, ni lo soy ahora, porque de vez en cuando aún me gustaría serlo.
Una vez, sin embargo, casi crucé la línea que separa la realidad de la ficción, y casi me cuelo por una rendija secreta; una de esas que habita en los corazones y que se sienten a través de las miradas. Casi duermo en el castillo y aquella noche, casi me acompaña un príncipe.
No me colé.
En la vida real, los castillos también tienen cancerberos que custodian las entradas, y los príncipes, no son azules.
En la vida real, a veces, las normas están para saltárselas, y los lugares lejanos tienen castillos reales. En esa vida real, los lugares lejanos te quedan a tres horas en coche por carreteras extrañas, y te desplazas allí, sin trenzas y sin inocencia, y entras al castillo del brazo de un príncipe que sabes que no es el tuyo y que ni ha venido a rescatarte, ni, posiblemente, te de el beso que te debe. Pero entras, entras cambiando de cuento y sintiéndote la cenicienta que a las doce pierde la carroza y los corceles, y, sabiendo que no hay zapato de cristal.
No, nunca he sido una princesa más que en mis sueños infantiles, pero una vez, los guardianes se hicieron a un lado, y yo estuve en el castillo, con el príncipe de otra, con el corazón robado y a un tirito de robarle el corazón.
Nadie podrá nunca devolverme las trenzas, ni la inocencia, no volveré jamás a estar de pie ante aquel castillo, muy posiblemente aquel príncipe vuelva allí del brazo de alguna otra dama a la que tampoco le pertenecerá, esas cosas de la vida real, y yo entonces y sólo entonces, muy educadamente, tal y como le corresponde a una princesa, pensaré: a ver si con un poco de suerte, esa mala zorra se cae en el foso y se la come un cocodrilo, por putón.
5 comentarios:
qué pases muy felices fiestas... ai, que ya han pasado...
bueno, pues espero que hayas pasado unas felices fiestas y te deseo un buen año, no, el mejor año de todos, en el 2009. que te lo mereces.
Un beso.
Bueno, yo de chica no recuerdo si quise ser princesa, lo que a mi me fascinaba era la idea de ser la reina mala del cuento y poder convertirme en dragón. Pero eso tampoco se me dió. Definitivamente, la fantasía es una mala puta que promete todo y a cambio no da nada, pero la sigo leyendo para soñar.
Besos a la familia.
Vale. Pero si lo que realmente apetece es darse a la nostalgia por el príncipe de turno...
un regalo navideño
jajajaj me parto con Errantus! yo es que creo, (que recuerde eh??? que mira que la edad es mu mala y una ya está pal arrastre) decía que creo nunca pensé ni soñé ni deseé ser princesa y menos princesa de nadie...no sé, pero puede sonar raro por lo de que culturalemente tuvo la época de mi niñez en que se imponía casi, socialmente hablando, tener que aspirar a determinados sueños entre ellos éste que dices, uno de ellos.
Pero yo nunca quise ser princesa, como mi madre, ni princesa de nadie, como mi madre.
Nunca me gustó verla sufrir tanto y ya desde pequeña preferí la cosa de que si habría de sufrir, al menos que fuera porque yo así lo decidiera...en su mayor parte.
eeeeeeeeeeeeh, dejad a mi príncipe en paz, anda, que el muy guarro va y le da el beso que me debe.
a mí.
mi beso.
y encima me lo dice...
ajquerozo.
joder, si es que ni los príncipes tienen ya vergüenza, jajajjajajajajaja.
en fin...
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