Nélide se acercó al borde de la barandilla. Miró hacia abajo
deseando saltar.
Un octavo piso la superaba,
noveno si tenía en cuenta los bajos de la entrada. No había olvidado su
vértigo, el cosquilleo revoltoso de sus tripas y ese ligero mareo que la derrotaba,
impedían que lo hiciera.
Alzó la vista al cielo. Azul.
Desnudo de nubes al completo. Amplio. Increíblemente limpio.
Se centró en la difícil ocupación
de terminar con su vida. Ese último proyecto no circunstancial que preveía, le devolvería
las riendas de su futuro. Corto. Inexistente después, pero suyo.
La cobardía dio un paso atrás.
Despegó sus manos de los fríos hierros que conformaban la baranda y girándose
sobre sí misma, se alejó del balcón que pretendía ser parte protagonista de su
propósito.
La ansiedad la rodeó cuando a
golpes, reventó la cerradura de la escalera de incendios. Temerosa de que el
escándalo provocado alertará a los vecinos hizo amago de esconderse. Sin
embargo, ninguno de ellos pareció enterarse de tal suceso. Posiblemente, estaban
todos fuera de sus hogares. Trabajando. Divirtiéndose.
Viviendo.
Salió al descansillo, metálico, y
de nuevo miró hacia abajo deseando saltar, esta vez desde el séptimo, tan aplastante
como el piso superior, tan intransigente con la delicada relación que mantenía
con su vértigo, como el pérfido octavo.
Se espantó ante esta situación.
Se avergonzó de la poca resolución demostrada para cometer su empeño y cumplir
con lo que había pactado consigo misma esa mañana.
Frustrada, hundió su rostro entre
las manos y gimoteó.
Gimoteando y con una de sus manos
aún tapando uno de sus ojos, fue como se acercó a la pared y, sin perder en
ningún momento el contacto con ella, comenzó a bajar peldaños hasta llegar al
sexto piso.
Repitió la operación y su
vértigo, terco hasta la extenuación, volvió a ridiculizar su patética imagen de
suicida incompleta.
Nélide bajó al quinto, después al
cuarto, tropezó en uno de los peldaños cuando llegaba al tercero y bajó rodando
hasta casi la entrada del segundo piso.
Se incorporó algo más dignamente
de lo que ella misma esperaba, y continuó bajando hasta llegar al piso primero.
Se acercó temerosa al filo, agarrando la barra con las dos manos.
Por fin y por primera vez, podía
mirar hacia abajo sin que el estómago le diera la vuelta al completo.
Aquella diminuta cota, un simple
bajo sosteniendo un primer piso, eran libres de ser tolerados por el atroz
aturdimiento que le provocaban las alturas.
Pero de nuevo dio un respingo
hacia atrás cuando la absurda conciencia, la advirtió de que siete fantásticos metros de altura, no iban a ser suficientes
para matarla.
Se sentó en el suelo.
Se levantó.
Se sentó de nuevo.
Se arrodilló.
Se volvió a sentar y a levantar,
una vez tras otra, permaneciendo así, en ese estado de incoherencia capital,
hasta que el cansancio mental la empujó a salir de allí.
Subió por la escalera de
incendios al segundo, al tercero, al cuarto, en el quinto se amilanó un tanto
por ciento bastante tolerable, a la altura del sexto se agarraba
desesperadamente a la pared, y los últimos quince escalones que aterrizaban en
el séptimo, los gateó con los ojos cerrados.
Entró en el edificio.
Llamó al ascensor.
Las luces del sobre portal, le
indicaron que se detenía en el cuarto después, reanudó su marcha hasta llegar a
su destino.
Entró.
Presionó el botón que indicaba,
con un cero, la planta más baja de la vivienda.
Las puertas se cerraron
suavemente. El traqueteo del elevador también era suave.
Nélide cerró los ojos y se relajó
un instante.
Poco después el artefacto detuvo
su viaje para llegar a la planta instada.
Salió del ascensor.
Del edificio.
Cruzó la acera hasta llegar al
bordillo.
Observó a la gente, a los
pájaros, fijó de nuevo la vista sobre el cielo que continuaba tan azul y
desnudo como horas antes.
Bajó la vista al suelo y el ruido
de su absurda, inadmisible y paradójica vida, la regresó al momento, entonces,
miró a su izquierda y vio el autobús.
Se desplazaba rápidamente sobre
el asfalto. La línea treinta y tres no hacía parada en aquella zona, y Nélide,
sonrió complacida.
Cruzó rápidamente entre el
espacio que dejaban el contenedor y un árbol, un paso minúsculo, estrecho, un
paso de baldosas levantadas por el enraizamiento de un aprisionado y rebelde
chopo.
Y Nélide tropezó con una de ellas
cayendo sobre el asfalto, justo allí por donde el autobús tenía previsto pasar
en esos instantes.
No se cubrió la cabeza.
Contuvo la respiración.
Sonrió.
Y tras un hábil y rápido
volantazo del asombrado conductor de la línea treinta y tres, un joven que
acababa de ser contratado para cubrir el puesto que el anterior había dejado
vacante por jubilación, el autobús pasó a escasos centímetros de la cabeza de
la muchacha.
El autobús se detuvo unos metros
más adelante.
La gente se amontonó cerca de
Nélide.
Esta se levantó.
La gente sonreía y aplaudían el
momento.
El conductor corría hacia el
tumulto.
Nélide miró a su alrededor con
los ojos como platos, incrédula, y cayó desplomada al suelo.
Su corazón se había detenido.
Harto.
Harto de tantas circunstancias.
De tantas casualidades. De lo absurdo de vivir. Harto de los proyectos
inacabados, de las resoluciones accidentales, pero sobre todo, harto de caminar
sin saber hacia donde.
Dos días después despertaba en el
hospital.
Es prácticamente imposible que en
medio de un tumulto, alguien, no sea un héroe con primeros auxilios
documentados y buena praxis sobre ellos.
Lástima que el corazón de Nélide se
quedara tirado en el asfalto sin que nadie se diera cuenta de ello.
Lástima que el corazón de Nélide se
quedara tirado en el asfalto sin que nadie se diera cuenta de ello.
6 comentarios:
que bonita paradoja, salvar a la
chica pero no recoger su corazón
aplastado y tirado en el asfalto.
bonita propuesta. me ha gustado.
Un fuerte abrazo.
Ya sabe Vd. que, por principio, algunos anónimos no nos atrevemos a entrar en lo literario. Los talentos son cosa que se presta poco a la medición, ya sabes.
Asi que... lo que me queda es Lo tradicional. No te pierdas al muchacho este, que talento tampoco es que le falte. ¿Que no?
Saludos, liVertaria.
No se puede salir a la calle sin un plan... que luego pasa lo que pasa.
Tienes un blog con carácter Me gusta.
Salud
gracias a los tres, y como siempre, disculpad la demora. yo y mis lios de contraseñas.
besos y esas cosas cargadas de virus.
Te leo habitualmente y te doy la razón. Comentar es agradecer. Te agradezco el placer que me proporcionan tus palabras y envidio la aparente sencillez de las mismas. Sé que es muy difícil conseguir ese efecto de cercanía.
Enhorabuena por tu trabajo y gracias por hacerlo.
Procuraré dejar constancia de que he pasado por aquí.
gracias Esprecetá por tus palabras y, disculpa tu también el retraso.
desearía tener más tiempo, no solo para escribir, sino para atender lo poco que escribo. no es así, y es lamentable.
un abrazo grande.
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