Alice bajó las escaleras, la perseguía el gato anónimo de pelaje transparente y largos bigotes. Se sentó a su lado y maulló. Zalamero, comenzó a restregarse contra las piernas de Alice en uno de esos intentos que tienen los gatos de convencerte de cualquier cosa, apelando con sutil e imaginaria superioridad a su discutible autosuficiencia. Alice lo apartó con una suave patada, sin intención de hacerle daño y sin pretensión de mantener su aliento cerca por más tiempo.
El gato saltó por la ventana haciendo grandes aspavientos y arañando las cortinas en su escandalosa huida.
Deberías dejar de fumar, gritaba mientras se alejaba. Alice levantó una ceja, y mientras pensaba qué contestarle, transparente y despistado, se empotró contra el tercer pino del jardín. Uy. Por Diox, que leche se ha dado, musitó Alice cubriéndose un ojo con una de sus manos y mirando por el rabillo del que le quedaba sin cubrir.
Dejó de interesarle la carrera del gato cuando vio que se levantaba encrespado, y continuó con sus tareas.
Llegaba al último escalón cuando vio un rastro de sangre tras de ella. Se agachó y tocó con uno de sus dedos la gota más cercana, la miró sorprendida y acercó su nariz a la mancha.
Olía a lilas, solamente podía ser sangre de alma.
Miró entonces su pecho y vio un desgarro; por el desgarro se veían otros gatos, todos ellos transparentes, como el que había salido por la ventana minutos antes y todos ellos tan anónimos como el anterior.
Buscó entre sus gotas otras gotas y fue incapaz de encontrarlas.
Alice se sentó decepcionada y dolorida, en el último peldaño. Y si están, son transparentes, dijo mientras se arrancaba gatos del alma y les hacía nudos en los bigotes.
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