Mi bar, aun lo recuerdo y cuando lo hago, lo hago con una miscelánea entre la nostalgia y el desagrado.
Echo de menos las tardes tediosas donde la vida de los demás fluía por las venas y la conciencia de una, arañando con erudita parsimonia todos los recovecos posibles.
Aquellas tardes donde el café, solo o con leche, se convertía en algo más que un tentempié calentito.
Yo era la dueña de mi bar, y de algún modo también lo era de todos los secretos de aquel que se sentaba en el otro lado de la barra, a veces los compartían de modo inconsciente, otras te los vomitaban medio borrachos, incluso había alguno que utilizando el tan manido “entre tu y yo” te contaba de que color eran las bragas de la Mari Rosa y en que lugares se las quitaba.
Nunca entendí muy bien porque las almas se desnudan mejor en la barra del café; da igual que estén mirando el partido de futbol, o el programa de la Ana Rosa Quintana, uno grita y se despelleja dejándose al aire el culo o divaga entre la hipocresía y el lagrimeo ficticio de querer hacerse ver empático.
Pero añoro mi bar.
Nunca tuve tantas oportunidades para poder lucir continuamente esa sonrisa preciosa que mi madre me puso en la cara, acompañándola, claro está, de un “buenos días Capitán”, (sobra decir que el término “capitán” era aplicable a todos los varones del reino, ante tamaña empresa que era aprenderse los nombres de todos los parroquianos asiduos y de los ocasionales, y saber a ciencia cierta que de este modo nunca, NUNCA, iba a meter la pata)
También lo hecho de menos porque en casa no tengo el cartel de “derecho de admisión” y a veces, (a diox pongo por testigo) me gustaría que estuviera colgado en la entrada, junto al felpudo, y poder enseñárselo a mi hija adolescente, que me quiere mucho, lo sé, pero que aparte de ser rubia, tiene la insana virtud de sacarme de quicio y descomponerme las neuronas una a una los días pares, y todas a la vez, el resto.
Y los días de lluvia.
Incluso los primeros de primavera, cuando me sentaba en la escalera de la entrada a verlas venir, y el airecillo del campo golpeaba mi rostro.
Las partidas de cartas de las marujas.
Los abuelos peleándose porque habían perdido un duro (vale, dos céntimos) al guiñote.
Los niños correteando y jodiendome las sillas de sitio: niño, me cago en tu padre, vete a correr a la puta calle.
El imbecil de mi ex, intentado pagar una cerveza con un billete de 500: ¿te lo pongo a cuenta, so mamón?
Dejarle mensajes inconexos al proveedor un sábado a las cuatro de la mañana, y encontrártelo, milagrosamente, el domingo a las 11.30 en la puerta con el pedido. ¿mucha faena anoche? Preguntaba. No sé que te dije ¿me lo has traído todo? Pobrecillo, conmigo se ganó el cielo.
En fin, que eso, que algún día volveré, que no me corre prisa, que la vida es igual de divertida, que todo va muy bien, pero…
Que a veces hecho de menos tener que subirme a la barra a las tantas de la mañana y tener que gritarle a los de los tambores, que hasta aquí hemos llegado por hoy, que basta de ruido, que to el mundo pa su casa, que estoy hasta los huevos de oírlos y que yo, me voy a dormir.
4 comentarios:
Fíjate que me gustaba más antes... jajajaj (es pa tocar un poco los co*ones)
Te he dejado un meme en mi blog. Así además te coloco otro enlace. ;)
te gustaba el rosa?
cursi, que eres una cursi :P
y por favor, no me estropees los tacos con un asterisco... me da dentera...
Mujer, es tu casa, y primero me ties que dar permiso pa decir: cojones!!!
ah, y hasta los huevos estoy de la verificación dichosa...... >(
Ahhh. Después de conocer algunos bares de España me entra a mí también la nostalgia, fíjate. ¿Se pueden decir tacos en el local? Pues me parece de PM.
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