Podría empezar esta carta con un, querido amigo, tal vez, apreciado compañero, un, hola compadre, o incluso estimado camarada. Pero no lo voy a hacer.
Y no lo voy a hacer porque si lo hiciera, aceptaría que en la amistad existen rangos y diferencias, y que debo colocarte por encima o por debajo de algún otro congénere y, aunque puedo hacer lo primero, me niego en rotundo a hacer lo segundo.
Así que comenzaré esta carta como me de la real gana, que para eso es mi carta y mi blog, y para rizar más el rizo, voy a comenzarla dándote las gracias, que eso, debería ir al final, pero –hay que joderse- también es mi final, así que a “livertad” me remito, y escribo, como puedo y como sé, para que tú me entiendas.
Gracias por ser quien yo creía, y no quien decían que eras.
Vamos a olvidar por un momento las amistades; las comunes, las propias y hasta el significado de tan arrolladora palabra, puesto que en este momento la percibo muy ambigua, la palabra, que no las emociones.
Me gustaría centrarme en las personas y en sus afectos, en este caso, curiosamente en ti, en mí, y en aquellas personas que “compartimos”.
Yo te vi equivocarte ¿sabes? También vi como se equivocaban los demás, y, para que vamos a decir otra cosa, yo también erré.
Nadie se equivocó más que nadie, pero lamentablemente, todos nos equivocamos demasiado.
Mis relaciones con las personas que me rodean se basan principalmente en lo positivo que me aportan, normalmente no tienen que ver mucho las unas con las otras, pero a mí eso no me importa demasiado, son personas que por un motivo u otro contribuyen a que mi vida sea más rica, mejor, entiendo que esto es recíproco, sino, me llevaría la vida hablando sola.
Estas personas tienen defectos, pero… ¿Quién o qué no los tiene? Son una especie de pago al por mayor, un recargo, un impuesto; pero a fin de cuentas, una inversión.
Imaginemos por un instante que tú, eres aquella maravillosa chupa de cuero marrón, cruzada y con flecos que hace la friolera de veinte años que me estoy comprando. Cada vez que la veo o me acuerdo de ella le cuento las cremalleras, las púas, me imagino con ella puesta y pienso en lo bien que me queda.
Sin embargo alguien se compró no sé cuando, una igual, supongo que con la misma ilusión que yo, y después de tenerla en el armario se dio cuenta de que el marrón no le pegaba con los zapatos, que los flecos tenían vida propia los días de aire y le revolvían el pelo, que el cruzado le hacía parecer demasiado heavy, y que la cremallera de la manga izquierda le sobraba.
Así que me aconsejó que me comprara otra cosa.
No me especificó si debía de ser una chaqueta de lana parda, una pelliza de los hippies, o un modelo exclusivo del corte inglés, sólo me dijo que no le había gustado el resultado.
Y dudé.
Dudé porque hace mucho que no voy de conciertos, la negra la tengo en el armario algo raída… esas cosas que tenemos los heavys apoltronados.
Soy un culo inquieto: un día en el escaparate volví a verla, coño, a mí me gusta, me gustan los flecos rebeldes, y me gusta el bolsillo de la manga izquierda –va de cojones para guardar la tiza del billar- me importan tres pimientos que me cuadre con los zapatos –ya me pondré unas botas- a mí, me gusta, y me la voy a llevar.
A estas alturas puedes estar pensando dos cosas, o bien, que estoy loca perdida y que no entiendes ni zorra de lo que te estoy contando, o bien, que sí lo entiendes y que me encapriché de la chupa.
Pues bien, no estoy loca aunque no lo entiendas, y si lo entiendes, no me encapriché.
Baso mis amistades en cimientos; cada amistad es una construcción nueva, así que poco importa que la arquitectura sea distinta, me da igual que los edificios no sean iguales, eso no altera la belleza que cada uno contiene por separado, intento al ubicarlos que los edificios grandes no les hagan sombra a las casitas más pequeñas y si es necesario, planto una hilera de pinos entre dos calles.
En la ciudad de mis amistades, yo soy el alcalde, y yo cierro el agua de las fuentes.
Eres quien yo creía que eras, y… quiero pedirte perdón.
En la ciudad de tus amistades yo soy un edificio más, y no quiero ser el más grande, ni el de la colina, ni la casita con piscina y estanque con patos, no quiero ser tampoco el castillo, ¿sabes? Me conformo con estar allí, porque después de la tormenta es un placer comprobar, que los cimientos, siguen intactos.
5 comentarios:
Ha sido, es, y será siempre todo un honor ser tu amigo.
¡Muchas Gracias por ser tú misma siempre!
El amigo.
gracias a ti en este caso.
y a todos mis amigos/as en los suyos.
besos.
a todos.
joer chiquilla, una vez más me has emocionado..tienes un don.
bonita metáfora sobre la amistad...tienes un concepto de ella muy especial.
besotes y que pases buen finde
gracias mary.
una pregunta, guapa:
¿tengo el don de emocionar? ¿o tengo el don de emocionar-te?
pa que te comas el tarro un rato :D
y, queria corregir una cosa, ahí donde dije:
y a todos mis amigos/as en los suyos.
la "y", sobra, o sobra la "y", o añadimos un "otros" entre "mis amigos".
así que recontesto lo que dije anteriormente:
gracias a ti en este caso.
a todos mis amigos/as en los suyos.
besos.
a todos.
dichosas palabras cuando se enredan...
Coño, Ana, no te imaginaba tan políticamente correcta:
amigos/as
Por tocar la moral...
Cuando consigues emocionar no es necesario entenderte.
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