Hay
limones en el cuadro y candados colgados de la chimenea. Corcho de fondo,
esquineras de madera barnizada y uvas rojas de plástico en la estantería. La
vida es difícil, o rara. Tal vez rara y difícil. Todo a la misma vez, quizá,
como si la vida fuese un conjunto de cosas mal avenidas entre ellas, la vida,
se pone impertinente porque es rara para ella misma y difícil para todo lo
demás. Impertinente, llana y simplemente, impertinente.
Marisa
apuró el cigarrillo y se levantó para rellenar su vaso de café. Otro café, el
tercero de aquella mañana. Se había roto el micro ondas y lo calentó en un cazo
Magefesa. El PC hizo un ruido, una especie de mueca sonora si tal cosa existe,
un nuevo mensaje en la bandeja de entrada esperaba ser abierto. Leído.
Contestado.
Esperaba.
-Qué espere- pensó. Los pingüinos del ascensor de Olga también esperan a que
Mari Marisa Mari tenga un buen día y sobreviven a pesar de ello.
No
le preocupan demasiado esos bichos y por eso aún esperan, supone que son
blancos y negros, más negros que blancos por estadística, pero vete a saber de
qué color quiso darles el cielo el manto que los viste. Nunca los vio, es más,
ni siquiera tuvo el detalle de preguntarle a Olga si tenían nombre, o cuantos
eran, o son, en el caso de que sigan vivos, no lo sabe. No le importa. Allí
siguen, continúan esperando. Supongo, yo tampoco pregunté qué hacen allí.
Tampoco me importa demasiado.
Otro
tic en el ordenador. El salvapantallas suelta burbujas de colores imposibles,
chocan entre ellas y explotan, no salpican, salvándose así el computador de ser
electrocutado por él mismo. Marisa recuerda las pompas de jabón de Vicen. Y el
café de la mañana. No el de esta mañana, si no el de aquella otra donde el café
cargado y los sueños volátiles como las pompas se rompían a mordiscos el alma.
Guerra de titanes. Flacos y cojos. Así quedaron los perros que abandonaron
cuando aún eran niños.
Y
después de aquello, la vida continuó. Tan rara y tan difícil como quisieron
hacerla. Por eso el ordenador insiste en su patético sonido de alerta discreto,
poco amenazante, porque de algún modo sabe que no debe alzar la voz. Y también
por eso, Marisa, no le presta demasiada atención al crujido, porque prefiere
que espere, por si por un casual, entre café y café burbuja y cieno, el texto o
el remitente cambia de parecer o de identidad.
Entre
los sonidos habituales de la estancia, el crepitar de las llamas incluido, un
espacio reservado para el silencio se mantiene firme en su condición de
terrateniente. Un segundo cada trescientos ochenta y cuatro, esto es, cada casi
siete minutos, un segundo de silencio absoluto y Marisa, espera ese segundo los
trescientos ochenta y tres anteriores, hasta que por tercera vez consecutiva,
el mensaje que aguarda ser leído, a través del chivato sonoro, rompe la
monotonía y el encanto de la espera.
Tirurirurirurí,
tipográficamente es la representación más parecida al pitido del móvil de
Marisa cuando le llega un mensaje –gana 1-2 el Atleti- hay gente que nunca
cambia para mal de muchos. Alex, el de Madrid, es uno de ellos. Menos difícil
que la vida pero más raro que un perro verde. Otro pitido de esos y Marisa se
desplaza quinientos kilómetros para hacerle comer el teléfono primero, y
partirle la crisma después aprovechando el viaje.
Pero
sin acritud, con la serenidad que le concede la distancia temporal de haberse
asqueado lo suficiente de semejante mamarracho.
¿Titilan
los sonidos? ¿Sinestesia o la
oportunidad de vivir ajena a las rarezas de los cafés cargados y los mensajes
imprudentes? Mientras, el e-mail continúa llamando la atención de manera
discontinua con un aglutinado ruidillo que se pega al orificio del tímpano,
manteniendo la timidez, pero convirtiéndose en una aburrida y machacante
costumbre.
Espera
a ser abierto. Cruje a la espera. Repite el ritual sonoro, ronco del esfuerzo
sin amilanarse. Mientras, al otro lado, alguien anhela una respuesta.
Marisa
se acerca al ordenador. Internet se ha caído. Las promesas de 20 megas son solo
eso, promesas perdidas en un oscuro vacío binario, el intento de abrir el
mensaje de la bandeja de entrada se convierte en un error
404 con su page Not Found, tan
grande como una de esas catedrales en las que Marisa Mari no compraría una misa
jamás. Enciende otro cigarro, murmura entre dientes, golpea el teclado como si
él tuviera la culpa. Reinicia. Ya no
escucha el aviso del mensaje, que ha sido sustituido por el agresivo silbido
del ventilador y los pitidos, gemidos como absurda comparación, de los
programas que quedaron colgados al cerrarse bruscamente.
En
la pantalla aparece el escritorio de Windows, demasiado azul y demasiado verde.
La carpeta de fotos está más vacía que la de descargas. La de descargas recoge
los rostros de sus amistades cibernéticas. Sus amistades, están Not Found. Marisa
activa su sistema límbico de manera inconsciente, toma aire y se sienta frente
al ordenador.
El
mensaje de Rafa está durmiendo en alguna parte del sistema informático a merced
de cualquier troyano suelto, indefenso, porque no existe Avast que pueda
protegerlo más allá de las fronteras WLAND cifradas. Mari Marisa traga saliva, de repente siente la necesidad de saber cuántos
pingüinos graznaban en el ascensor de Olga, de volver al momento anterior al de
la guerra y firmar una amnistía total perdurable a través del tiempo, de
regresar a Madrid, pasionalmente incontrolada, y meterle a Alex sus resultados
futbolísticos por el culo. Por canalla y por imbécil.
Más
por lo segundo que por lo primero.
La
conexión continúa siendo un fraude de la compañía de turno habitual. La misma
que dejó sin cobertura el 686 de Marisa y tantos otros en la zona.
Posiblemente, que caigan chuzos de punta en la calle tenga mucho que ver. No
importa. Lo importante es qué Mari Marisa Mari, está plantada frente a una
pantalla que condensa su vida en bytes y le devuelve silencio. Un silencio raro
y difícil que consigue que los limones del cuadro maduren demasiado y caigan
frente a la chimenea.
Por
fin, la compañía restaura el servicio y el ordenador de Marisa reanuda su hosco
pitido, el mensaje de la bandeja aparece en verde, Rafa, encapsulado en un
sobre imaginario sobrevivió a los
tiempos tenebrosos de la inopia y ahora, como antes, espera que lo abra. Que lo
lea. Que conteste.
Pero
Marisa ha decidido quitarse el pijama de rayas y bajar a la calle ahora que no
llueve, mirar escaparates, sentarse en uno de esos bancos mojados del parque y ver a los niños romperse las narices en los
columpios resbaladizos, estornudar, porque
fuera es primavera y ella alérgica a los gatos, y la bandeja de entrada, que
espere. Que espere con su publicidad, sus correos basura y no deseados que
continúan sorteando con éxito las barreras firewall, las misivas de Facebook, y
toda la vida virtual al completo, con sus Nicks y con sus Password, ídolos y
avatares incluidos y borrachos de esperanza que subestiman el poder de una
desconexión libre y casual.
Y
mientras Mari Marisa pasea por las calles de su ciudad y saluda a la gente,
Rafa, sube al avión.
Y
el mensaje de la bandeja de entrada continúa esperando mientras titila.
-He de decidir entre irme a trabajar
a América o quedar contigo. Conocernos lejos de esta vida virtual y tener una
vida propia, quizá común, de esas que llevan implícitos los abrazos bajo las
sábanas, pero si no me contestas, lo entenderé.
Y
Rafa cree entenderlo cuando la azafata recuerda al pasaje que los móviles, deben
estar apagados, y le echa una última mirada a la fría y silenciosa pantalla de
su BlackBerry antes de hacerlo, y despegar.
6 comentarios:
¡Qué bueno! Cómo me ha gustado adentrarme en la mente de Mari Marisa, que bien podría ser la de cualquiera de nosotros. Yo hace tiempo he dejado de buscar calificativos para la vida, nunca encuentro ninguno adecuado :-)
He disfrutado mucho leyéndote, aunque me marcho con pena por el pobre Rafa. Que putada que incluso Internet tenga la clave de nuestro destino.
Besos y abrazos.
Inmenso... en serio. Inmenso. Cada día escribes mejor y cada día me gusta más como escribes. Aún no tengo decidido si debe darme pena este desencuentro o no pero me ha encantado cómo lo has contado :)
Besos
Vaya. Mucho tiempo sin mover el blog, liVertaria. Y este humilde pseudo-troll sin pasarse, también. Lo uno por lo otro.
No obstante y como ya sabes que en lo literario no entro, si diré que los móviles en general y las Blackberry en particular son claramente instrumentos de El Maligno para complicarnos la vida.
Por contraste, mira que bien se lo pasa esta gente en este video. Muy preferible a una conversación en el atasco, creo yo.
Saludocordios.
:D
gracias a los tres, :D
muchas gracias también por el vídeo.
pongo en tu conocimiento, que a finales de noviembre ando por los madriles :P
que tengo en marcha un proyecto que te va a gustar y que de los dos mails que sobre ti refieren e instan en mi poder, no sabría decir cual es el bueno.
mensaje en botella pues, y a la espera de que sea recibido.
abrazucos a traición.
oído cocina.
asias.
eso último ha quedado raro, raro, raro...
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