Ayer coleccionaba blogs y hoy, colecciono recuerdos, una vez, hace muchos años coleccionaba sobrecillos de azúcar, y, como los muy estúpidos son físicos y palpables, en un rebote mío con la vida, acabaron todos ellos hechos pedacitos, uno a uno. Todos.
Mi colección de sobrecillos era mi memoria.
Parte de mi colección de recuerdos.
Mientras los coleccionaba no fueron nunca el sentido del futuro, sin embargo un día significaban pasado; un pasado donde yo me evocaba feliz, dichosa de estar viva y en mala hora los busqué.
Me había costado años hacer aquellas series de horóscopos, de autores, motivos navideños de esta azucarera y de aquella otra, frases célebres y bares con nombre propio, restaurantes inaccesibles y dragones chinos.
Coleccionar sobres de azúcar es no acabar jamás: un bar nuevo, un café, a ver que sale.
Tenía sobre especiales, eran aquellos que mis amigos me traían de sus vacaciones. Eran especiales porque no los tenía y, sobre todo, porque en aquel café lejano se acordaron de mí y de mi colección; abriendo cada sobre con cuidado, por una esquina, guardándolo en la cartera primero y en la maleta después, para que llegara primoroso a la carpeta que tenía que albergarlo. Hasta se aventuraban a pedir un segundo sobrecillo, porque conocían mi deseo de colocar ambas caras en la carpeta.
Aquella dichosa colección era mucho más que unos sobres con dibujo. Era toda mi adolescencia, el sentido de la amistad y las anécdotas que había en muchos de ellos.
Por ese motivo, el día qué descubrí que los últimos seis años de mi vida habían sido la mentira más cruel y dolorosa que hasta entonces había conocido, deseé que mis amigos me abrazaran y me cobijé en los recuerdos que la distancia y el tiempo me habían proporcionado.
Entonces cogí mi colección de sobrecillos, todos los actos de afecto que reflejaban, todas las risas que habían supuesto, las emociones vividas, toda mi vida feliz y, uno a uno los despedacé, y después, les prendí fuego.
Y de esa manera dí por conclusa mi vida.
Hace ya bastante tiempo que aquella maldita etapa es parte de mi colección de recuerdos.
Pero me he arrepentido mil veces de haber quemado mi inocencia en aquel desván.
Ya no colecciono sobres aunque siga adosada en la calle melancolía.
Colecciono recuerdos y hago con ellos lo que me da la gana, utilizo la amnesia si me es necesario, y sin embargo, como no son físicos no los puedo perder, no los puedo romper, no los debo quemar.
No es preciso pedir un café para guardar un momento, no es obligatorio tener que guardarlo ni tiene dos caras, coleccionar recuerdos es más sencillo y más práctico, es menos visible, pero es mejor.
2 comentarios:
Dí que sí, que no hay nada como decidir una misma lo que merece la pena y no recordar (aunque no siempre se consigue, claro)...porque mira que la melancolía puede tomar formas inusitadas y hacerse con nuestro control a veces, ¿eh?
un besazo
o dos mary, o dos.
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