Leyendo a ilion y la explicación que da sobre el camino de baldosas amarillas...
Recordando a errantus: cuidado con lo que deseas…
En una imagen retrospectiva de mi misma, visualizada desde el quicio de la puerta de mi memoria, y, uniendo ambos conceptos, o ideas, o explicaciones, o lo que quiera que sean; de repente, he ido recordando momentos en los cuales, al aplicar lo primero, lo dicho por ilion, la sentencia de errantus tuvo el precio de condena.
Dice mi madre, que de todo se sale. Y lleva razón, valdría matizar, eso sí, que se puede salir escaldado. Con ganas de no volver a repetir. Malherido o desquiciado. Pero sales.
Con el tiempo, las cosas dejan de ser blancas o negras, cobran matices, y se vuelven grises. En el muestrario que me dieron al nacer, mi escala de grises era muy difusa: existen muy pocos tonos que apenas se diferencien entre ellos.
Básicamente mi vida ha sido vista por mí misma como blanca o negra; es el tiempo el que le da el valor a ponerla de gris satinado, o gris perla, o gris marengo, ya, ya sé que eso último no existe ¿o sí? Es mi escala, y en mi escala, como en mi casa, cuelgo los cuadros donde me da la gana.
Decía que mis grises están abotargados: yo tengo que vivir esta vida como si fuera la única, o tal vez, la última, que tengo, y desparramo pasiones, no siempre positivas, hasta para fregar los platos.
Cojo el camino de baldosas amarillas y me entusiasmo en el viaje queriendo siempre arropar mis deseos, y a veces, no son lo que parecían en ese primer momento.
Afortunadamente, no aprendo, y siempre, en el próximo proyecto vuelvo a ser la niña que comienza el camino de nuevo.
Yo he salido escaldada, como los gatos grises que merodean en los tejados y resbalan.
Con ganas de no volver a repetir, como cuando vi aquellos sesos grises esparcidos por el suelo.
Malherida, con la visión de la pus gris de esa herida putrefacta que corrompe.
Desquiciada, ante la puerta del cuarto gris que conduce a la locura.
Y siempre, siempre, he recuperado el blanco.
O el negro de la noche, qué resumiendo, me aporta el mismo equilibrio que el blanco, simplemente por estar igual de definido.
De vez en cuando hago un alto en mi camino y miro atrás, los momentos grises fueron aquellos de incertidumbre. Detesto estar ahí, en ese escalón tan partidario de no dejarte saber hacia a donde vas, ¿subes o bajas?
No me importa bajar, no me importa ir hacia el negro si soy consciente de que allí me dirijo, del mismo modo que no me importa correr hacia el blanco aún siendo consciente de que puedo estar equivocada.
Pero el gris me mata.
Me mata porque me asemeja ridícula, y ridícula es como me siento entonces.
Hoy estoy hablando de todo esto desde la frialdad que concede el tiempo, y ando recordando caminos que tomé alguna vez –yo no creo que ningún camino sea erróneo- y que no me condujeron a donde yo creía –quizá tampoco a donde esperaba- pero qué, sin embargo, hacen que haya llegado hasta aquí.
Los castillos de las hadas suelen estar lejos, existen en la memoria infantil de quien desea creer que caperucita vivía en una zona costera.
Los sueños son intransferibles, y los deseos hacen a las personas seres únicos, considero que cada ser vivo, es lo que desea y que cada deseo es una realidad.
Fin de la reflexión.
P.D. a esto me refería cuando dije que necesitaba mandar a dormir a aspid, gracias errantus, gracias ilion, sé donde estoy y no necesito reencontrarme, pero qué bueno es tropezarme de vez en cuando conmigo, reordenar mis emociones y oírlas en voz alta.
Recordando a errantus: cuidado con lo que deseas…
En una imagen retrospectiva de mi misma, visualizada desde el quicio de la puerta de mi memoria, y, uniendo ambos conceptos, o ideas, o explicaciones, o lo que quiera que sean; de repente, he ido recordando momentos en los cuales, al aplicar lo primero, lo dicho por ilion, la sentencia de errantus tuvo el precio de condena.
Dice mi madre, que de todo se sale. Y lleva razón, valdría matizar, eso sí, que se puede salir escaldado. Con ganas de no volver a repetir. Malherido o desquiciado. Pero sales.
Con el tiempo, las cosas dejan de ser blancas o negras, cobran matices, y se vuelven grises. En el muestrario que me dieron al nacer, mi escala de grises era muy difusa: existen muy pocos tonos que apenas se diferencien entre ellos.
Básicamente mi vida ha sido vista por mí misma como blanca o negra; es el tiempo el que le da el valor a ponerla de gris satinado, o gris perla, o gris marengo, ya, ya sé que eso último no existe ¿o sí? Es mi escala, y en mi escala, como en mi casa, cuelgo los cuadros donde me da la gana.
Decía que mis grises están abotargados: yo tengo que vivir esta vida como si fuera la única, o tal vez, la última, que tengo, y desparramo pasiones, no siempre positivas, hasta para fregar los platos.
Cojo el camino de baldosas amarillas y me entusiasmo en el viaje queriendo siempre arropar mis deseos, y a veces, no son lo que parecían en ese primer momento.
Afortunadamente, no aprendo, y siempre, en el próximo proyecto vuelvo a ser la niña que comienza el camino de nuevo.
Yo he salido escaldada, como los gatos grises que merodean en los tejados y resbalan.
Con ganas de no volver a repetir, como cuando vi aquellos sesos grises esparcidos por el suelo.
Malherida, con la visión de la pus gris de esa herida putrefacta que corrompe.
Desquiciada, ante la puerta del cuarto gris que conduce a la locura.
Y siempre, siempre, he recuperado el blanco.
O el negro de la noche, qué resumiendo, me aporta el mismo equilibrio que el blanco, simplemente por estar igual de definido.
De vez en cuando hago un alto en mi camino y miro atrás, los momentos grises fueron aquellos de incertidumbre. Detesto estar ahí, en ese escalón tan partidario de no dejarte saber hacia a donde vas, ¿subes o bajas?
No me importa bajar, no me importa ir hacia el negro si soy consciente de que allí me dirijo, del mismo modo que no me importa correr hacia el blanco aún siendo consciente de que puedo estar equivocada.
Pero el gris me mata.
Me mata porque me asemeja ridícula, y ridícula es como me siento entonces.
Hoy estoy hablando de todo esto desde la frialdad que concede el tiempo, y ando recordando caminos que tomé alguna vez –yo no creo que ningún camino sea erróneo- y que no me condujeron a donde yo creía –quizá tampoco a donde esperaba- pero qué, sin embargo, hacen que haya llegado hasta aquí.
Los castillos de las hadas suelen estar lejos, existen en la memoria infantil de quien desea creer que caperucita vivía en una zona costera.
Los sueños son intransferibles, y los deseos hacen a las personas seres únicos, considero que cada ser vivo, es lo que desea y que cada deseo es una realidad.
Fin de la reflexión.
P.D. a esto me refería cuando dije que necesitaba mandar a dormir a aspid, gracias errantus, gracias ilion, sé donde estoy y no necesito reencontrarme, pero qué bueno es tropezarme de vez en cuando conmigo, reordenar mis emociones y oírlas en voz alta.
5 comentarios:
No sé. A mi, en este estadío de mi existir, el camino de baldosas amarillas sólo me evoca la importancia de los compañeros para recorrerlo.
Porque no todo tienen que ser forzosamente leones cobardes, seres de lata sin corazón y/o espantapájaros sin seso... si un@ tiene suerte suficiente. ¿Verdad? ;)
Un saludo.
Ante tan flagrante invocación, aparezco entre ominosas nubes de azufre para decir con mi más terrible voz: Hola, ¿un cafecito? =p
Ahora al tema. Ver la vida en blanco y negro es normal en el momento, pero son tantos los matices del gris que ayudan a pintar una foto completa, que vale la pena darles cabida en nuestra vida. No necesariamente es tonto el asunto, aunque el notener definido el rumbo puede ser molesto. Pero es que justo todos los matices son los que le dan profundidad a la película de la via. Yo lo traduciría a tu mundo coomo las especies y pequeños condimenttos que hacen que cada plto sea diferente.
Respecto a mi pequeña frase, es que realmente hay algo de amenaza en ella. Muchas veces pedimos y deseamos algo sin pararnos a pensar si de verdad ese algo nos dará la felicidad o más problemas de los que ya tenemos. Puede que nos encontremos saltando de la sarten al fuego, o que relmente nos hallemos a las puertas del jardin de las delicias. ¿Quién lo puede saber?
Besos
hasta los matices de la vida los puede personalizar uno, en forma de grises, o en blanco y negro (o de cualquier otro color o colores) qué más da, lo importante es saberse con todo lo vivido, aquí, ahora...feliz.
un beso,
Mary.
Vengo a darme un paseo, y me veo en primera línea...
Interesante reflexión la tuya, aspid (a ver si me acostumbro a llamarte bastet)No hay camino más que el que uno se marque... o eso creo yo, aunque se empeñen en marcárnoslo.
ains... poco comunicativa estoy hoy.
Besos
buej, llamame aspid, si ni siquiera yo me acostumbro a lo otro :S
¿blanco?
¿negro?
lluvia...
Publicar un comentario