En los bolsillos se acomodan normalmente metralla y bisutería; son los objetos que recogemos en la obligada andadura de vivir. La adquirimos tras una venta o donación, ocasionalmente como agasajo birlado a algún impertinente, chusquero, como mandan los cánones y dado a la patraña, como implica la ley.
Recorremos el mundo de la existencia como míseros arlequines de lo oblicuo, y, arrastramos en nuestros bolsillos todas aquellas gemas que adquirimos como buenas y son simplemente el desecho de las almas de otros.
Ciento quince pensamientos anegados de tiempo y espera son los responsables de que los pájaros suelten las alas; mientras, en el subsidio de la independencia se corrompen como tablas en el mar. Carcomidas por la sal que cada gota de agua desprende, por cada lágrima oculta, salada y corrosiva. Siendo nitrato de amonio preparado y dispuesto a crear una nueva perpetua explosión relevándose en sucesivas emociones.
Los bolsillos, los retóricos, nos protegen de lo absurdo y a la vez, nos obligan a luchar. Es por ello, que conviene repasar periódicamente las costuras, zurcir los posibles desgarrones, recortar todo el enjambre de hilos que produce la desgana y, llegado el caso, renovar el pantalón.
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