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Por cierto, todas las imágenes, exceptuando mi careto que es el que mi madre me dio en su día, han sido sustraídas y robadas del mundo virtual de modo legal, por lo menos eso es lo que afirmaré delante del juez.
Es broma.
Si alguna de ellas tuviera copy raid y casualmente eres el propietario de tal derecho y de la imagen, por ahí abajo está mi correo, me lo dices, te la devuelvo, y tan amigos.

Por otro lado, todos los textos de este blog son míos, si apareciera la pluma de otro, lo haría con su firma. Siempre.
Si te llevas alguno, cita y enlaza, no me importa que compartas, pero que yo no me entere de que te lo has apropiado.
Internet es un pañuelo.


LIVERTAD. Jamás me obligareis a escribirlo con B

20 febrero 2013

CIRCUNSTANCIAS



Nélide se acercó al borde de la barandilla. Miró hacia abajo deseando saltar.
Un octavo piso la superaba, noveno si tenía en cuenta los bajos de la entrada. No había olvidado su vértigo, el cosquilleo revoltoso de sus tripas y ese ligero mareo que la derrotaba, impedían que lo hiciera.
Alzó la vista al cielo. Azul. Desnudo de nubes al completo. Amplio. Increíblemente limpio.
Se centró en la difícil ocupación de terminar con su vida. Ese último proyecto no circunstancial que preveía, le devolvería las riendas de su futuro. Corto. Inexistente después, pero suyo.
La cobardía dio un paso atrás. Despegó sus manos de los fríos hierros que conformaban la baranda y girándose sobre sí misma, se alejó del balcón que pretendía ser parte protagonista de su propósito.
La ansiedad la rodeó cuando a golpes, reventó la cerradura de la escalera de incendios. Temerosa de que el escándalo provocado alertará a los vecinos hizo amago de esconderse. Sin embargo, ninguno de ellos pareció enterarse de tal suceso. Posiblemente, estaban todos fuera de sus hogares. Trabajando. Divirtiéndose.
Viviendo.
Salió al descansillo, metálico, y de nuevo miró hacia abajo deseando saltar, esta vez desde el séptimo, tan aplastante como el piso superior, tan intransigente con la delicada relación que mantenía con su vértigo, como el pérfido octavo.
Se espantó ante esta situación. Se avergonzó de la poca resolución demostrada para cometer su empeño y cumplir con lo que había pactado consigo misma esa mañana.
Frustrada, hundió su rostro entre las manos y gimoteó.
Gimoteando y con una de sus manos aún tapando uno de sus ojos, fue como se acercó a la pared y, sin perder en ningún momento el contacto con ella, comenzó a bajar peldaños hasta llegar al sexto piso.
Repitió la operación y su vértigo, terco hasta la extenuación, volvió a ridiculizar su patética imagen de suicida incompleta.
Nélide bajó al quinto, después al cuarto, tropezó en uno de los peldaños cuando llegaba al tercero y bajó rodando hasta casi la entrada del segundo piso.
Se incorporó algo más dignamente de lo que ella misma esperaba, y continuó bajando hasta llegar al piso primero. Se acercó temerosa al filo, agarrando la barra con las dos manos.
Por fin y por primera vez, podía mirar hacia abajo sin que el estómago le diera la vuelta al completo.
Aquella diminuta cota, un simple bajo sosteniendo un primer piso, eran libres de ser tolerados por el atroz aturdimiento que le provocaban las alturas.
Pero de nuevo dio un respingo hacia atrás cuando la absurda conciencia, la advirtió de que siete fantásticos  metros de altura, no iban a ser suficientes para matarla.
Se sentó en el suelo.
Se levantó.
Se sentó de nuevo.
Se arrodilló.
Se volvió a sentar y a levantar, una vez tras otra, permaneciendo así, en ese estado de incoherencia capital, hasta que el cansancio mental la empujó a salir de allí.
Subió por la escalera de incendios al segundo, al tercero, al cuarto, en el quinto se amilanó un tanto por ciento bastante tolerable, a la altura del sexto se agarraba desesperadamente a la pared, y los últimos quince escalones que aterrizaban en el séptimo, los gateó con los ojos cerrados.

Entró en el edificio.
Llamó al ascensor.
Las luces del sobre portal, le indicaron que se detenía en el cuarto después, reanudó su marcha hasta llegar a su destino.
Entró.
Presionó el botón que indicaba, con un cero, la planta más baja de la vivienda.
Las puertas se cerraron suavemente. El traqueteo del elevador también era suave.
Nélide cerró los ojos y se relajó un instante.
Poco después el artefacto detuvo su viaje para llegar a la planta instada.
Salió del ascensor.
Del edificio.
Cruzó la acera hasta llegar al bordillo.
Observó a la gente, a los pájaros, fijó de nuevo la vista sobre el cielo que continuaba tan azul y desnudo como horas antes.
Bajó la vista al suelo y el ruido de su absurda, inadmisible y paradójica vida, la regresó al momento, entonces, miró a su izquierda y vio el autobús.
Se desplazaba rápidamente sobre el asfalto. La línea treinta y tres no hacía parada en aquella zona, y Nélide, sonrió complacida.
Cruzó rápidamente entre el espacio que dejaban el contenedor y un árbol, un paso minúsculo, estrecho, un paso de baldosas levantadas por el enraizamiento de un aprisionado y rebelde chopo.
Y Nélide tropezó con una de ellas cayendo sobre el asfalto, justo allí por donde el autobús tenía previsto pasar en esos instantes.
No se cubrió la cabeza.
Contuvo la respiración.
Sonrió.
Y tras un hábil y rápido volantazo del asombrado conductor de la línea treinta y tres, un joven que acababa de ser contratado para cubrir el puesto que el anterior había dejado vacante por jubilación, el autobús pasó a escasos centímetros de la cabeza de la muchacha.
El autobús se detuvo unos metros más adelante.
La gente se amontonó cerca de Nélide.
Esta se levantó.
La gente sonreía y aplaudían el momento.
El conductor corría hacia el tumulto.
Nélide miró a su alrededor con los ojos como platos, incrédula, y cayó desplomada al suelo.
Su corazón se había detenido.
Harto.
Harto de tantas circunstancias. De tantas casualidades. De lo absurdo de vivir. Harto de los proyectos inacabados, de las resoluciones accidentales, pero sobre todo, harto de caminar sin saber hacia donde.

Dos días después despertaba en el hospital.
Es prácticamente imposible que en medio de un tumulto, alguien, no sea un héroe con primeros auxilios documentados y buena praxis sobre ellos.

Lástima que el corazón de Nélide se quedara tirado en el asfalto sin que nadie se diera cuenta de ello.



Lástima que el corazón de Nélide se quedara tirado en el asfalto sin que nadie se diera cuenta de ello.

6 comentarios:

markes.kaliche dijo...

que bonita paradoja, salvar a la
chica pero no recoger su corazón
aplastado y tirado en el asfalto.
bonita propuesta. me ha gustado.
Un fuerte abrazo.

QueNoSoyUnRobotJoder dijo...

Ya sabe Vd. que, por principio, algunos anónimos no nos atrevemos a entrar en lo literario. Los talentos son cosa que se presta poco a la medición, ya sabes.

Asi que... lo que me queda es Lo tradicional. No te pierdas al muchacho este, que talento tampoco es que le falte. ¿Que no?

Saludos, liVertaria.

de soslayo dijo...

No se puede salir a la calle sin un plan... que luego pasa lo que pasa.
Tienes un blog con carácter Me gusta.

Salud

aspid dijo...

gracias a los tres, y como siempre, disculpad la demora. yo y mis lios de contraseñas.

besos y esas cosas cargadas de virus.

Esprecetá dijo...

Te leo habitualmente y te doy la razón. Comentar es agradecer. Te agradezco el placer que me proporcionan tus palabras y envidio la aparente sencillez de las mismas. Sé que es muy difícil conseguir ese efecto de cercanía.
Enhorabuena por tu trabajo y gracias por hacerlo.
Procuraré dejar constancia de que he pasado por aquí.

aspid dijo...


gracias Esprecetá por tus palabras y, disculpa tu también el retraso.
desearía tener más tiempo, no solo para escribir, sino para atender lo poco que escribo. no es así, y es lamentable.
un abrazo grande.


Esto no tiene título es simplemente lo que hay. Estoy remontando el vuelo y existen días mejores y otros más hijos de puta, pero no me he rendido y no voy a hacerlo tampoco, principalmente por que no me da la gana y por que aún me queda sangre.
A partir de aquí y por este motivo se puede leer cualquier cosa, algo que también me la suda bastante, es mi blog y es el espejo, es tan simple como reflejarse o no, si te quedas o te vas no es culpa mía, ni tuya, quizá nos parezcamos más de culo que de frente, en todo caso la puerta no tiene llave, no cierres al entrar y no des un portazo al marcharte.

licencia

Todo lo que hay en mi casa es propiedad mía, los textos sin firmar son de mi puño y letra, las obras firmadas pertenecen a sus autores y así constará en todo caso, todas las poesías de “el silencio del espejo” me pertenecen a mí.
Recuerdalo.
Un abrazo y muchas gracias por tu visita.
ah! la licencia real, anda por ahí abajo, es que la informática y yo no nos ponemos de acuerdo prácticamente en nada y esta vez, se ha empecinado en no querer subirme la imagen hasta aqui.
Ella misma, no pienso olvidarme de esto...
En fin...
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