A. saltó por la ventana.
Sobre la cama reposaba su vestido
de flores, y habían quedado junto a la silla, las sandalias. Esperaban haber
adornado sus pies otra vez, una vez más, paseando a la luz de la luna por
aquella playa, corriendo por la plaza, llevándola al restaurante, haciendo que
su vida fuera más agradecida.
A su vestido de colores alegres,
le gustaba pegarse a su cuerpo y sacarla hermosa a la calle, la tirante
resbalaba por su hombro si su chico se acercaba. Ahora, tirado sobre la cama,
no parecía tan bonito.
Minutos antes, sus labios
preguntaron a sus ojos ¿por qué? Pero no contestaron.
Recogió su pelo en un moño, como
las viejas, y mordió de nuevo sus uñas.
Se despidió de su único amigo, así,
a lo tonto, como el que ha de volver mañana, sabiendo que no lo haría. Nadie le
preguntó porqué lo hacía, pero A. tenía una respuesta. Y se confinó en su
refugio.
Lo hizo saltando por la ventana. Yo
la empujé.
Y aquí estoy.
Desde donde estoy, puedo verla. No
es tan grande, ni tan fuerte, ni tan hermosa como antes. O como ella hubiera
querido ser. Quizá tampoco como creía. Es simplemente un salto desde una
ventana. Al vacío.
No me duele verla confinada en el
silencio, me hiere el vestido arrugado y los pies descalzos. Me lastiman los
sueños que se pudrieron entre las flores de colores de las ropas. Me da pena
esa ropa negra que la envuelve y que tanto la envejece. No soporto que su boca
preguntara y sus ojos no tuvieran la respuesta.
Por eso la empujé, para
esconderla.
Para que nadie la vea.
Para que no vuelvan a herirla.
A. llora. Pero sólo yo puedo oírla.
Y ella sabe que a mí me da igual.
Y continuara llorando cada vez
que recuerde su vestido, los zapatos que no eran de cristal y que no la
llevaron al baile, cada vez que vea sus manos vacías, su alma desnuda y su piel
arrugada.
Todas aquellas veces que mire atrás
y vea que una vez estuvo viva, que fue capaz de sonreír porque creía en algo más
que las hadas. Siempre que el aire le prohíba respirar.
Y ahora, haré un atillo con sus
cosas y la hoguera más grande en la tierra de los sueños. Y quemaré todos sus
trajes y sus zapatos.
A. ya no los quiere, y yo, yo no
los necesito.
2 comentarios:
sólo por leer "No me duele verla confinada en el silencio, me hiere el vestido arrugado y los pies descalzos" merece la pena no caer en la tentación del vacío, porque las palabras más graves levantan escenografías desde las que uno puede mover mejor los personajes, y tú escribes como escribe el núcleo de la tierra, sosteniendo la corteza con el fuego implacable de la creación.
gracias rafa por tus palabras.
besos y azúcar. ya sabes.
Publicar un comentario